Los madrileños de 1808, como el resto de los españoles, tenían hambre, estaban hartos de las condiciones en las que vivían, no soportaban a sus mandatarios (los españoles y los franceses) y, además, estaban hasta las narices de aguantar las imposiciones de unos extranjeros que habían invadido y ocupado sus vidas. Los madrileños de 1808, como el resto de los españoles, se levantaron contra la imposición, contra la opresión, contra el dominio de la fuerza, contra la dictadura. Elogio y reconocimiento merece su actitud. De ahí a decir que tomaron conciencia de España y que defendieron la nación española me parece que hay un gran trecho. Tal afirmación sólo se puede hacer desde las posiciones interesadas de principios del siglo XXI.
Otra cosa es que cuatro cabezas bien amuebladas, que las había, aprovechasen esa situación para dar forma a una línea liberal tan interesante como poco frecuente y minoritaria en España. Su labor fue encomiable, precursora, en muchos sentidos, de una corriente política y de pensamiento en toda Europa. Pero el levantamiento, por hastío, de los ciudadanos fue previo.
Hay pocas cosas que unan tanto a las personas como la de tener un enemigo común. En el caso de la España de 1808, ese enemigo era el francés. Un enemigo tan poderoso que no sólo unió a los españoles. Buena parte de Europa estaba prestar para la lucha. Fue el ejemplo de España el que les sirvió para tomar conciencia de que el Bonaparte era humano y, por lo tanto, vencible. España fue el conejillo de indias de una experiencia que ocupó casi todo un siglo.
Ahora, 200 años después y con un panorama muy distinto en todos los aspectos, se hacen interpretaciones interesadas de aquellos acontecimientos. Una interpretación tan interesada y torticera como la que hacen los nacionalismos radicales y excluyentes de otros hechos ocurridos en ese mismo siglo XIX e, incluso, en el XVIII. Mirar a la historia es inteligente y legítimo. Retorcer las interpretaciones para justificar comportamientos actuales es un comportamiento nada justificable.
Celebremos pues el levantamiento del 2 de mayo y sus consecuencias. Honremos a las personas que tuvieron un comportamiento admirable. Aprendamos de su ejemplo y mejoremos las condiciones de nuestra convivencia. Seamos capaces de desarrollar nuevas ideas y nuevas metas. Pero no retorzamos la realidad. Sólo podemos caer en un peligroso juego de "y tu más" que a nada bueno nos puede llevar. Porque la historia es historia y no podemos ni cambiarla, ni corregirla ni adaptarla.
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