jueves, 2 de octubre de 2008

CEDO LA PALABRA

Hoy voy a hacer una excepción. Voy a ceder el espacio a uno de los lectores (pocos, por ahora, pero selectos) de este blog. Y no a uno cualquiera sino a uno de esos cuya opinión cuenta, y mucho, para mi. El texto que me remite viene a colación de las referencias que, en ocasiones anteriores, me he referido a los principios y, sobre todo, a la obsesión que algunos tienen por mantenerlos siempre iguales, inmutables, inamovibles,... firmes, dicen ellos.
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"Principiar es tomar arranque y ponerse en marcha. Cuando uno acomete ese inicio otea el horizonte, hace hincapié en el suelo, toma impulso y se lanza.
Los principios, si hemos de atenernos al significado del verbo de donde provienen, no son más que eso, tomar arranque y despegar. Cosa bien distinta es establecer, erróneamente sin duda, que los principios son inamovibles. Esto, además de constituir una prostitución gramatical, resulta ser un tópico utilizado por personas que, cegadas por su propia ignorancia, convierten aquellos en normas de conducta para justificar su negativa a evolucionar. Es curioso que sólo se aferran a los principios los que no pasan de ese peldaño, evidentemente si lo hicieran está más que claro que dejarían de ser personas de principios. A mi ver, los principios (punto de partida) existen porque tienen que existir, no porque uno tenga que aferrarse a ellos sino porque uno tiene que comenzar alguna vez y una vez haya comenzado ni los principios permanecen ni el que se agarre a ellos va pasar de ser un principiante. Esto que resulta de cajón y de filosofía elemental, es utilizado por los inmovilistas que lo idolatran como si de un sacramento se tratase y al que se adhieren como lapas precisamente porque no son capaces de superar la fase inicial. De verdad, de verdad, que resulta infantil esa literatura, al menos para mi. Quiero convenir contigo en que no se puede hablar de principios para defender la inacción aunque unos cuantos paletos presuman de esa misma inacción y la eleven a la categoría de norma. ¡Valientes cínicos!".
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Obviamente, estoy completamente de acuerdo con lo ante dicho y, probablemente, yo no lo habría expresado de forma tan atinada. Sólo me atrevería a corregir la afirmación final. No estoy tan seguro de que sean unos cínicos. Tal vez son, simplemente, acomodados, inseguros, ignorantes. Quizás se aproximen más a un pesimista, de esos que se escudan en el "más vale lo malo conocido"; a un envidioso, que se encastilla en sus propias posiciones descargando la culpa de todos los males en el otro, que siempre están zascandileando con esa inquietud propia del que cree saber cosas, pero prefiere confirmarlas, aún a riesgo de tener que cambiar de opinión.
No lo sé. Seguro que no es sencillo calificar a esos seres de principios. Pero no estoy seguro de que sean unos cínicos. O, quizás sí.

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