Veo la imagen de Óscar Tulio Lizcano y no puedo evitar acordarme de Ingrid Betancourt. Este Lizcano, también político (sic), ha estado secuestrado un año más que nuestra secuestrada de cabecera. Sin embargo, su aspecto es absolutamente lamentable, frente al lozano retorno de la recientemente galardonada con el Premio Príncipe de Asturias.
Se pueden aducir miles de razones. Desde que el es hombre y ella mujer, hasta las diferentes condiciones a las que ambos fueron sometidos durante estos años de cruel cautiverio. Pero yo no puedo dejar de pensar que hemos tenido que leer y escuchar tantísimas cosas sobre las pésimas condiciones y sobre el calvario que Ingrid ha sufrido que, viendo al pobre Tulio (y comparando su imagen con las fotos que han salido a la luz de cual era su aspecto antes de ser secuestrado) tengo que pensar que ella estuvo en un salón de té, comparado con él.
Es más, no puedo dejar de pensar en la desconfianza que he vivido todos estos años ante un secuestro inhumano, cruel, lamentable sin duda, pero que ha eclipsado la situación de miles y miles como si Ingrid Betancourt fuese el único caso en un país, Colombia, desangrado por sus cuatro costados. Una sensación que sólo ha ido a más desde que ha recuperado la libertad. No puedo dejar de pensar que Betancourt no es, ni con mucho, el paradigma de los secuestrados en Colombia.
Y, sin embargo, todos políticos, periodistas, ciudadanos en general, hacen lo que sea por una foto a su lado, por unas palabras suyas. Algo nos estamos perdiendo y no termino de saber que es. Pero me escama.
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