viernes, 17 de octubre de 2008

CUESTIONES INCOMPRENSIBLES

Estoy viendo, estos días, una de las series de más éxito en Estados Unidos, John Adams. Sin demasiada perspicacia, podemos entender que se trata de una biografía del que fuera segundo presidente de Estados Unidos y antes, primer vicepresidente con George Washington. Mi desconocimiento sobre el personaje en cuestión corre parejo con el resto de mis ignorancias. Sin embargo, asumiendo que se trata de una ficción y no de historia, me está resultando de lo más interesante descubrir algunas de las debilidades de los llamados "padres fundadores" del país que, en poco más de 15 días elegirá a un nuevo presidente bajo la mirada inquisitorial del resto del mundo.
El tal Adams era padre del también presidente John Quincy Adams. Único caso de "herencia" del cargo de presidente en la historia de Estados Unidos hasta el ocurrido con el clan Bush. El tal Adams, quería decir, es dibujado como un más que aceptable orador, apasionado en sus exposiciones siempre, con una aceptable preparación pero, sobre todo, extraordinariamente vanidoso e impulsivo. El gran Paul Giamatti le da vida con los gestos y los matices precisos y logra que tan pronto comprendas y simpatices con él como que te produzca una cierta desazón, cuando no rechazo directo.
En la misma seria, es inevitable, aparecen otros personajes cuyos lados oscuros son igual de palmarios. Franklin da rienda suelta a su prepotencia pastoreando a los jóvenes políticos de las 13 colonias. No contento con eso, les imparte lecciones de política, diplomacia, urbanidad, ciencia y todo lo que se le viene a la cabeza escuchándose a sí mismo con una deleitación realmente sobresaliente. Jefferson lleva sus silencios a la exasperación y el gran concepto de sí mismo aflora cada vez que abre la boca para hablar de sus textos legales. No faltarán quienes me digan que, en hombres de su valía, otra cosa sería falsa modestia, pero me choca.
Si, en los tiempos que corren, un político, o cualquier otro ser humano, se conduce en público con la aparente sinceridad y falta de complejos que demuestran estos individuos, nadie dudaría en tacharlos de excéntricos o de chalados y su futuro estaría más cerca del circo que de los centros del poder.
De todas formas, hoy no quería hablar de política. Esta semana han pasado un par de cosas que me ronda por la cabeza. Una de ellas es la andanada internacional contra la candidatura olímpica de Madrid 16. Muchas deben de ser las opciones que determinadas instituciones ven a nuestra candidatura cuando se han lanzado con semejante virulencia contra nosotros. La negativa de los ingleses a jugar en el Bernabéu un partido internacional con España es tan absurda que no merece más comentarios. Pero duele y daña por igual. Y la sanción de la UEFA contra el Vicente Calderón completa un desprecio sin precedentes para nuestro fútbol, justo cuando España está saliendo del oscuro túnel en el que ha estado encerrado toda la vida.
Todo ello resulta más curioso si tenemos en cuenta factores como que Inglaterra decidió apoyar a España en la reciente Eurocopa de fútbol o que Francia (copando las autoridades futbolísticas del continente) fue el país que instigó los mayores ataques, hace 3 años, contra la candidatura olímpica de Madrid, entonces para celebrar los juegos de 2012.
La otra cuestión que me ronda la cabeza es la del barco abortista que ronda la costa de Valencia estos días. Me parece de todo punto incomprensible que, a estas alturas, sigamos con hechos como este. No puedo comprender como el aborto sigue siendo una cuestión de polémica entre grupos sociales diversos. Puedo entender las discrepancias morales entre católicos y no católicos sobre la conveniencia o no de abortar, pero, fuera de eso, en el plano estrictamente legal, creo que nos queda dar el paso definitivo. Simplificándolo todo mucho, no deja de sacarme de mis casillas que los que creen que unos minutos después del coito ya hay vida traten de imponernos ese criterio a base de llamarnos asesinos. Siguiendo ese mismo planteamiento, cada eyaculación sería un derroche de vida. Y no estoy pensando en la masturbación, sino en la necesidad biológica de liberar la carga seminal con cierta frecuencia. Ellos, como en tantas ocasiones, hablan de fe (y no de ética o moral) y yo hablo de biología. Nunca podremos entendernos.

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