Ha llegado el momento, pero parece que ninguno nos hemos dado cuenta. Nada que ver con la frenética actividad preparatoria de hace 6 meses. Ni con la intensa avalancha de propuestas de entonces. Ni con la imparable sucesión de ruedas de prensa. Ni con las declaraciones conjuntas sobre propuestas coordinadas. Nada de nada. Si nos descuidamos, se pasa la cumbre y ni nos enteramos.
También es muy diferente la situación que nos rodea. Hace semanas que las bolsas no se acuestan con cara de pasmo y se despiertan con agujetas de tanto colorado acumulado. Hace semanas que no se anuncian planes de rescate, que no tenemos quiebras de empresas, que nadie anuncia inyecciones de capitales como si fuesen bolsas de gominolas,… Insisto, muchas cosas han cambiado.
Ni siquiera la anhelada presencia en Europa de Barack Obama ha servido de aldabonazo. Ha venido, entre otras cosas, para la cumbre y casi nadie se acuerda. Quién más quién menos hace su agenda. Quién más quién menos vende su próximo encuentro con él. Y todo ello eclipsa el hecho de que el mesías negro del siglo XXI está en Londres para la cumbre del G-20.
Uy, perdón. Incluso a mi ha estado a punto de ocurrirme. Si me descuido, acabo esta anotación y no hablo de lo que quería hablar. Del motivo que me ha llevado a empezar a escribir.
Cuando acabó la primera versión de este encuentro, allá por noviembre del año pasado, en Washington (que lejos queda, puñeta), se dijo que se habían sentado las bases para no se qué, y que ahora, en abril y en Londres, se empezarían a concretar las cosas. Además, de esta forma, quedaba tiempo suficiente para prepararlo todo, para que cuajasen las medidas tomadas de urgencia y todas aquellas otras que se adoptasen a continuación.
Pero lo cierto es que ni sabemos que se haya adelantado nada concreto, ni tenemos claro que las medidas adoptadas permitan sacar conclusiones, ni parece que estemos en condiciones de mirar al futuro con optimismo. Que le vamos a hacer. Es posible que la pérdida de protagonismo del pequeño Napoleón haya influido. Su hiperactividad no ha tenido, esta vez, válvula de escape. Es posible que la grisura habitual del nuevo anfitrión, porque mucho que se apellide Brown (marrón), de nombre Gordon, esté en el origen de tanto atemperamiento. Es más que posible que la concéntrica personalidad de Obama absorba tanta energía como si se tratase de un agujero negro (y no es un chiste fácil) y todo lo demás, fuera de él, no exista. O quizás es un poco de todo eso. O nada, y yo estoy desvariando como de costumbre.
De una cosa sí estoy seguro. Esta segunda cumbre del milenio más parece una excusa para que los coleguitas arreglen algunas de sus cosas particulares y/o bilaterales. Ah!, sí, y una razón, como otra cualquiera para que los mismos descerebrados de siempre vuelvan a liarla con la pegatina de progresistas y políticamente correctos en el pecho. Eso, nunca cambia.
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