lunes, 13 de abril de 2009

TENER EL BOLETÍN

Dejar el poder siempre es duro.
Dejarlo porque los votantes te han retirado su confianza, más duro todavía.
Dejarlo porque los votantes te han retirado la confianza después de 30 años y cuando te creías más un régimen que un gobernante, tiene que ser inaguantable.
Cuando Felipe González tuvo que hacer el traspaso de poderes en 1996 la cosa fue difícil. Es bien cierto que la relación personal entre González y Aznar era muy mala. Pero, no es menos cierto que el PSOE hizo toda una campaña tratando de deslegitimar la llegada del PP al poder. El argumento era sencillo. Su victoria electoral había sido pírrica, los pactos que habían tenido que cerrar tan complejos como costosos, y la solidez casi inexistente. Era cuestión de meses, sino de semanas, que Aznar tuviese que convocar elecciones. Pero Aznar agotó la legislatura y logró una imposible mayoría absoluta para el PP que terminó por arruinar su carrera política y su legado.
Ocho años después, ocurrió algo parecido. En ese caso, la mala relación entre Aznar y Zapatero se había asentado en las horas previas a la jornada electoral. El PP gestionó de pena la masacre del 11-M y terminó perdiendo el poder. La respuesta fue sencilla. Zapatero era un presidente accidental. No tenía legitimidad ni capacidad de aguantar. Más pronto que tarde habría elecciones y los populares recuperarían lo que era suyo por derecho. Se equivocaron. ZP agotó la legislatura, fagocitó a buena parte de sus socios de esos años y mejoró sus resultados electorales.
Podríamos seguir con los ejemplos. Qué decir del traspaso de poderes entre CiU y el PSC. Pero no hace falta. Ese tipo de reacciones apocalípticas están casi en el guión. El problema es que la vena católica del PNV le lleva, con demasiada frecuencia, a sobre-actuar. Y en esas anda desde el mismo 1 de marzo. “Ibarretxe va a seguir siendo el Lehendakari de todos los vascos” dijo ayer Iñigo Urkullu en el Aberri Eguna. Supongo que sí, igual que los presidentes del gobierno de España no dejan de serlo. Igual que los dictadores nunca dejan de serlo. Pero lo cierto es que, de aquí a unas semanas, Ibarretxe, que seguirá siendo Lehendakari, no tendrá el Boletín Oficial para ejercer de Lehendakari.
Ahí se acabará su pataleta. Seguirán liderando esa parte de la sociedad vasca ligada al PNV, que no es poca sociedad, pero nada más. Podrán ponerle todos los impedimentos que quieran al gobierno de Patxi López, que lo harán, pero no tendrán el Boletín y su margen de maniobra será pequeño. Deberían aprender de su amigo Artur Mas. Que, como se descuide, ganará las terceras elecciones de su vida y se irá a su casa invicto, pero sin haber gobernado nunca. Lo cual, además de ser un hecho histórico, no deja de tener su coña.

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