lunes, 20 de abril de 2009

NO LO ENTIENDO

Es evidente que no me gusta hablar de mí pero, en este caso, voy a hacer una excepción.
La mayor parte del tiempo que pasé en el colegio, lo hice en un centro del que guardo el mejor de los recuerdos desde entonces. Un colegio concertado y dependiente del Arzobispado de Santiago. Para los mal pensados, he de decir que se trata de un centro más liberal que la mayoría de los colegios públicos, con un catálogo de profesores de lo más variado y competente. Un colegio, en definitiva, de esos en los que te enseñan a ser persona, tanto y más que materias como matemáticas, latín, dibujo o química, que también me enseñaron.
Pasé, en ese colegio, casi toda la década de los 80. Nunca, en esos casi diez años, compartí pupitre con alumnos del sexo opuesto. Eso, visto desde ahora, no me parece ni bueno ni malo. Es un hecho. Otro hecho es que, en esa década, si conocí a multitud de alumnos que estudiaban internos en el colegio. Era, para ellos, una vida difícil. Vivían alejados muchas semanas, a veces trimestres enteros, de sus familias. En la mayor parte de los casos, se trataba de miembros de familias modestas dedicadas a la pesca (la mayoría) o a la agricultura.
Lo que era común a todos ellos es que su lengua materna era el gallego. Es más, en muchos casos era la materna y la paterna. Nunca habían oído otra. Nunca se había expresado en otra. En algunas ocasiones, la crueldad de los críos nos llevaba a los de “la ciudad” a hacer burla y chascarrillo de ellos. Tarde, les pido perdón por ello. Los más, aprendían pronto a defenderse con el español, por necesidad, sobre todo. Los menos, se fueron del colegio sin ver ese idioma como algo suyo.
Lo que más me llama la atención, visto desde estos años que vivimos, es que todo se desarrollaba con la mayor de las normalidades. Ellos no se sentían diferentes por hablar en gallego y, desde luego, no se les prohibía. Los demás, nos manejábamos indistintamente en uno u otro idioma, todo fuese por lograr que la convivencia fuese la mejor. Alguno había que sólo se sabía expresar en español y tampoco se sintió traumatizado por ello. Lo importante, insisto, era convivir, estudiar, aprender y salir hacia delante de la mejor manera posible, y lo logramos.
En cuanto a los maestros, también había para todos los gustos, como en botica. Los había galleguistas que sólo hablaban en gallego. Los había que saltaban de uno a otro idioma como si tuviesen el baile de san vito. Y alguno había que se aferraba al español como único elemento seguro. Pero ninguno tuvo ningún problema con ningún alumno por el idioma que utilizaban. Se entendían y eso era lo más importante.
Ahora, no dejo de leer casos de críos a los que se les obliga a utilizar tal lengua o se les prohíbe utilizar tal otra. Se habla de cuatro modelos en algunas autonomías. Se busca agudizar diferencias para crear supuestos idiomas que nunca habían existido más allá de ser la forma de entenderse en una determinada comarca o conjunto de pueblos. Y no salgo de mi asombro. Pongo por delante que con un principio absolutamente egoísta, no tengo ni voy a tener hijos, me da lo mismo lo que pase con el puñetero sistema educativo de este país (no es cierto, pero podría perfectamente serlo). Pero no entiendo que algo que los hombres crearon para entenderse, haya quienes están empeñados en retorcerlo hasta que sirva, justamente, para distinguirse.
No lo entiendo.
Iba a decir que tampoco entiendo esa obsesión recurrente, que vuelve estos días, contra los colegios no mixtos. Ya he dicho que yo, como miles de españoles durante generaciones (y no hablo de la prehistoria, sino de hace 20 años) hemos estudiado y aprendido sin personas del sexo opuesto en el mismo centro. Y no hemos salido ni más raros ni más asociales que los de centros mixtos.
Pero claro, comparado con el tema de la lengua, me parece este un asunto absolutamente menor. Si no fuese porque suele ser munición lanzada contra los centros más o menos ligados al ámbito religioso, tengo que añadir.
No lo entiendo.
No entiendo esa manía de mantener batallas siempre con los más débiles como conejillos de indias.

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