Con la que está cayendo, no nos será difícil ponernos en situación. Imagínese una jornada de intenso frío. Y otra. Y otra más. Así hasta completar varias semanas. Imagínese nevada tras nevada hasta perder la cuenta de cuando vio su huerta por última vez. Hasta perder la cuenta de cuando vio el cielo limpio de nubes por última vez. Hasta perder la cuenta de cuando salió a la calle sin guantes, bufanda y gorro por última vez. Imagíneselo.
Ahora imagínese que no tiene calefacción en casa. Que tiene que rebuscar entre los objetos olvidados que heredó de sus abuelos, si es que no los ha tirado todavía, hasta encontrar un brasero. Quien no sepa de que hablo, que busque en google, es muy socorrido. Los más afortunados, tendrán que quitar los libros o lo adornos de esa chimenea que tanto le gustó en la memoria de calidades de su casa cuando la compró, pero que nunca llego a utilizar para su función original.
A continuación, tendrá que buscar unos maderos, tablas, o cualquier otro combustible para encender un reparador fuego que le caliente un poco a su familia. Un fuego necesario, no como esos que se ven en las películas modernas y que sirven para ambientar una cena romántica, una charla depresiva, un polvo cinematográfico. Un fuego sin el que sus hijos, sus padres, o sus familiares más débiles no llegarían a ver otro soleado amanecer.
Con todos esos elementos, usted podría estar componiendo un bonito cuento navideño o un reivindicativo alegato contra la pobreza del tercer mundo. A todos nos gusta ver alguna de las múltiples versiones del Cuento de Navidad de Dickens con su nieve por las rodillas, sus gorros calados, sus nubes de vaho y su gruñón mister Scrooge. A todos nos duele ver o pensar en familias enteras acumulando chaqueta sobre chaqueta, abrigo sobre abrigo para tratar de paliar el frío insoportable. Pero no estoy hablando de eso.
Estoy hablando, aunque le parezca increíble, de la muy civilizada Unión Europea. Claro que no me refiero a las potentes Alemania, Francia, Reino Unido o Italia. Ni siquiera a las influyentes Bélgica, Holanda, Suecia o España. Me refiero a ese puñado de países que ha ingresado recientemente para saciar las necesidades de los socios principales pero que, en días como estos, se sienten el hermano tonto.
En Rumanía, en Bulgaria, en Eslovaquia, en otros muchos países de la antigua Europa del este están pasando un frío de pelotas y no tienen gas para calentarse. Así, como suena. El oso ruso ha dicho que, un año más, quiere tocar un poco los cojones y no abre el grifo. Que casualidad, por cierto, que lo hace en uno de los momentos más fríos del año. Un frío que, ese sí, nos manda en forma de aire siberiano, sin inmutarse. Y la muy civilizada Unión Europea ni se inmuta. Bueno sí. Tira de su catálogo de civilizadas reacciones y le dice a Moscú que eso no puede ser. Que así no se hacen las cosas. Que hay que buscar un arreglo. Y, casi pide perdón por molestar a los gobernantes rusos.
Mientras tanto, los rumanos, búlgaros, eslovacos y demás, tienen que desmontar los balcones de sus casas, los muebles de sus pisos o irse a los parques a cortar un poco de madera para seguir adelante. Se imagina usted, querido lector , que pasaría si los londinenses se agolpasen en Hyde Park talando árboles, o los parisinos en el bosque de Bolonia, o los madrileños por el Retiro y la Casa de Campo. Por favor!!!! Pero claro, a esos socios advenedizos hay que pedirles calma ante la presión de Moscú.
Estos juegos de imaginarse cosas suelen ser muy instructivos. Ayudan a ver las cosas desde otro punto de vista. Pero lo mejor que tienen es que, una vez que acabas de imaginar, vuelves a la realidad. Y si lo imaginado no te gusta o no te satisface por algún motivo, ya sabes. Es como este blog, no vuelves a él y punto pelota. Nadie se habrá enterado, nadie lo va a echar de menos. Es como si nunca hubiese existido, el blog y lo imaginado.
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