jueves, 15 de enero de 2009

EL SENSOR

Síndrome de La Moncloa: dícese del padecimiento que afecta a la persona que, llegan al Palacio del mismo nombre tras ser designado para la presidencia del Gobierno de España. Suele manifestarse pasados unos años de necesaria incubación y desarrolla en forma de razonamientos poco estructurados, desafecto de colaboradores cercanos de los primeros momentos y encastillamiento en las propias posiciones más allá de toda explicación razonable.
La vacuna e, incluso, el tratamiento de este síndrome es como la vacuna del SIDA o el tratamiento de ciertas enfermedades como el alzheimer. Se trabaja en ello pero nunca parece llegar la solución. Uno de los factores que colabora en el desarrollo de este síndrome es la propia capacidad de absorción del Palacio de La Moncloa. Les atrae, les retiene, les impide desarrollarse fuera de sus estancias. Y, claro está, eso les aleja de la realidad circundante. Tengo para mi que, el hecho de que la facultad de Periodismo de la Universidad Complutense esté cerca del Palacio es un factor importante para que los inquilinos tengan miedo a salir a la calle, ni siquiera para pasear por los jardines del complejo de La Moncloa.
Siempre que uno de los inquilinos ha empezado a ser acusado de padecer este mal, el entorno y el propio interesado han tirado de diversos argumentos para negar el padecimiento o tratar de explicar su cambiante comportamiento. Con todo, una de las más gloriosas se la escuché el otro día al actual presidente del Gobierno. Tuvo lugar en los tradicionales preliminares de la entrevista a la que Zapatero se sometió el martes en Onda Cero. Con todo casi preparado, con los dos protagonistas sentados a la mesa ¡y con los micros abiertos!, Zapatero y la Otero charlaban amigablemente.
De buenas a primeras, a sólo unos minutos de que se iniciase la emisión, Zapatero le dice a Julita "es que yo tengo un sensor". Un escalofrío recorre mi espalda. "Lo que dicen las encuestas, los sondeos -continúa el presidente- lo que me dice la gente, pero tengo un sensor que ese si que no falla". El escalofrío se convierte en espasmo. ¡Estamos gobernados en base a un sensor! Como esos que ponen en marcha los limpiaparabrisas en los coches modernos cuando empieza a llover.
Que le vamos a hacer. Yo sigo pensando que hay sensores muy útiles, como los que hubiesen podido evitar el desastre de Chernobil, hace más de 20 años, si se hubiese detectado a tiempo el problema. O como el que hubiese puesto en alerta a los gobiernos del mundo ante la que se nos venía encima con las hipotecas basura. Pero claro, un sensor para detectar que es lo que necesitamos los españoles, que es lo que necesita España, para poder ponerlo en marcha. Me parece demasiado.
Me acuerdo de una anécdota ocurrida en un Roland Garros de hace ya años. Se empezaba a imponer, por entonces, esos sensores que detectaban si la pelotita tocaba la red en el saque, lo que obliga a repetir el servicio. En un partido, no recuerdo entre quienes, el juez árbitro comenzó a rectificar al juez de red que controlaba el aparatito de marras. Los jugadores también se enfadaron con el consiguiente desconcierto y despiste. Cansado el juez árbitro de la cuestión, le dijo al de la red, deja el aparatito en el suelo y pon el dedito en la red, anda. Que eso no falla nunca.
Pues eso. Déjate de sensores, presidente, y pon el dedito en la llaga. Has el favor!

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