Salgo a la calle. Paseo. Miro. Observo, incluso. Y no veo nada diferente a lo que veía hace seis meses, un año. La gente pasea con la misma cara. No van ni más sonrientes ni más serios. Entran y salen de las tiendas, de los bares, de los cines, de los teatros. Llevan bolsas. Han hecho las mismas compras que hace seis meses, un año. Se han gastado el mismo dinero. Vuelven a casa con la misma satisfacción. Con la misma ilusión. Yo también vuelvo a casa.
Pongo la tele y lo que veo es que vivimos en crisis. En crisis económica. Pero no en una crisis cualquiera. No. En la peor crisis económica desde el pavoroso crack del 29. En una situación tremenda que seguirá empeorando. Los precios bajan como casi nadie recuerda porque las ventas se han reducido como nadie recuerda. Los comerciantes hablan de una situación sin precedentes. Todos los que salen en la tele están muy preocupados. Sólo un señor, vestido de traje, se muestra razonablemente esperanzado. Dice que confía en que más pronto que tarde, todo va a comenzar a mejorar.
Trato de encajar lo que he visto por la calle con lo que estoy viendo por la tele y me siente incapaz. Son dos realidades incompatibles. Sin embargo, me parece que algunas de las personas que veo por la tele son las mismas que estoy viendo ahora por la tele. Es más, algunas de ellas hablan de lo mal que va la cosa con bolsas y bolsas de cosas que han comprado en las rebajas. No lo entiendo. Empiezo a creer que lo que veo por la tele corresponde a un país distinto. Que son otras calles, otras tiendas, otros cines,…
Vuelvo a salir a la calle. Los coches circulan en la misma cantidad que siempre. Los autobuses van tan llenos como siempre. Los niños no juegan en los parques con una vieja pelota. Todos juntos. O se conforman con tirarse por tobogán. No. Cada uno está a lo suyo, con su DS o con su bici reluciente, recién dejada por los reyes magos. Los papás y las mamás hablan de la semana que han pasado esquiando, de la casa rural a la que van a ir el próximo fin de semana, del coche que acaban de comprar.
Recuerdo que las últimas noticias que vi antes de salir de casa hablaban de unas cifras de paro nunca vistas en años. De gente que tenía que pasar horas en las colas del INEM. De expedientes de regulación de empleo en muchas empresas. De gente que empezaba a no poder pagar sus hipotecas y que ni siquiera sabía como iba a poder llegar a fin de mes.
Supongo que soy yo. Que no puedo comprender toda la complejidad de un país. Pero juraría que algo no va bien. Ambas realidades son absolutamente incompatibles. Pero yo no se con cual quedarme. Y, lo que es peor, no se con cual se va a quedar la realidad.
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