Zapatero sabía perfectamente lo que le esperaba en el congreso de los diputados el miércoles. Sabía lo que le iban a decir, como se lo iban a decir, sabía lo que le iban a exigir,... Con todos los datos en su poder, con todo el margen que siempre otorga el reglamento al gobierno en este tipo de sesiones, con la conciencia clara de que le iban a dar a fondo, ¿por qué no planteó una estrategia?. Lo mejor que se puede decir de Zapatero, en este caso, es que preparó una exposición inicial tan soporífera que se durmieron hasta sus palmeros.
No se cortó un pelo. Desgranó medios datos y un listado de medidas, repetidamente planteadas en las últimas semanas, que no produjeron ningún efecto entre sus señorías. El entusiasmo era palpable entre los socialistas que no tenían claro cuando aplaudir y que, las pocas veces que lo hicieron, lo hicieron con mínima intensidad.
Tres cosas se pueden decir de la intervención de Zapatero. Primero, no ofreció nada nuevo y se limitó a pedir confianza en sí mismo, en su gobierno y en que la situación mejorará. Un acto de fe absoluto. Lástima que la fe que los españoles podemos tener en Zapatero empieza a agotarse a pasos agigantados. Segundo, que las políticas sociales se van a mantener a toda costa. Si por políticas sociales se entiende las pensiones, el paro, las ayudas de todo tipo (becas, desgrabaciones por hijo, ayudas por familiares a cargo,...) es una afirmación de perogrullo. Si por políticas sociales se entiende los 400 euros, la capitalización para los inmigrantes que sean repatriados o el canon a los autodenominados creadores, me da la risa para no cabrearme.
Tercero, la socialdemocracia, como principio rector de su acción de gobierno, ha vuelto. Este último punto pasa a engrosar la larga lista de afirmaciones del presidente del gobierno tan hueras como innecesarias e insustanciales. Tan pronto es de izquierdas bajar los impuestos, como dejar de fumar, como que el estado tenga superavit, como bajar las retenciones de forma lineal a toda la población, como apostar por el tipo único en el IRPF. Todas ellas, y muchas más, son afirmaciones hechas por el propio Zapatero.
Un cuarto elemento me gustaría destacar del debate del miércoles. No es la primera vez, ni será la última, que el gobierno se ve sólo en el congreso. Pero sí es la primera que se le ve un poco faney descangallado. Que se le va a hacer. Todos los grupos le criticaron su pasividad, inactividad, fallo de diagnóstico,... Todos le ofrecieron distintas medidas para adoptar. Todos ellos le tendieron la mano para colaborar entre todos a superar la crisis. Y Zapatero pecó de soberbio.
No sólo despreció las aportaciones de más, ignoró la mano de tendida de todos y sostuvo sin enmendar sus posiciones. Se permitió tirar de soberbia electoral para recordarle a Rajoy que había perdido las elecciones, a Llamazares que estaba tan sólo que su grupo es él o a Rosa Díez que eran tan poquita cosa que ni le iba a contestar. Mal camino. Fue el propio Llamazares quien le diagnosticó el síndrome de La Moncloa y Zapatero debería tomar nota.
No se yo si el diagnóstico va bien encaminado, pero ante la duda, debería tomar nota no vaya a ser que muera de éxito. Cierto es que Zapatero ha demostrado inmejorables capacidades para salir indemne de los terremotos más graves. Es más, puede hacerle pagar al más pintado las culpas y lanzar al más fiel de sus escuderos al pozo más hondo y más amargo que podamos imaginar. Así ha labrado su carrera y no le va mal. Pero todo se acaba. Nadie ni nada es eterno y bien hará el presidente en darse cuenta de que el 9 de marzo no sólo se inició otra legislatura.
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2 comentarios:
Admitirás que sí se lanzó alguna propuesta desde los dormidos escaños socialistas del Congreso... ¿O qué dices del fin de la corbata? Poco tardarán en hacer llegar a la Real Academia Española la propuesta de sustituir la expresión "apretarse el cinturón" por la de "quitarse la corbata".
Ay! Si la ocurrencia del "sincorbatismo" llega a ser de Aído...
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