Problemas técnicos y humanos me han impedido renovar los post como era mi deseo y como reclamaba la realidad. Sin que se hayan resuelto del todo los problemas, por lo menos, he recuperado la posibilidad de comunicarme, que no es poco. Este post es, en realidad, una forma de comprobar que la realidad se amolda a los deseos. Ya se que no hay nadie ansioso por las actualizaciones, pero yo si lo soy.
En cualquier caso, y aunque sea de forma breve, quiero referirme al atentado del pasado sábado. Triste, muy triste tiene que sentirse un país (su población), cuando tienen que morir dos Guardias Civiles, en pleno cumplimiento del deber, para que los políticos se pongan de acuerdo. No se salva ni uno. Pero mucho más triste se tiene que sentir ese mismo país cuando, 72 horas después, esos mismos políticos tratan de justificar un acto que, a todas luces, era mejor no haber celebrado. Sin entusiasmo, sin pasión, por puro compromiso. Me recordaba a esas bodas en las que siempre hay un número de asistentes (al acto religioso) que se queda al final de la iglesia, dormitando, a la espera de que llegue el banquete. Para eso, mejor no ir. Raúl y Fernando lo hubiesen agradecido.
Menos mal que los etarras han caído en tiempo récord. Menos mal que la justicia francesa los pondrá a la sombra de por vida. ¡Eso si que consuela!, aunque poco.
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