Siempre que nos acercamos a una campaña electoral (en España y en casi todos los países democráticos) surge la misma letanía: "habrá debates entre los candidatos". Los más prudentes aseguran que es la mejor demostración de la firmeza democrática del país en cuestión. Los más absolutistas no dudan en afirmar que se trata de un derecho de los ciudadanos. Yo afirmo, sin inmutarme, que son un coñazo tan impresentable como innecesario.
Algo he tenido que ver con más de un debate celebrado en los últimos años en España. No podemos olvidarnos que, además de las elecciones generales (sólo en los comicios de 1993 se celebraron cara a cara entre candidatos a presidir el gobierno), en España se han celebrado multitud de elecciones (municipales, autonómicas, europeas,...) en las que sí ha habido debates entre candidatos. Muchos debates. Algo he tenido que ver, digo, con más de uno, y me parecen una tomadura de pelo de dimensiones cósmicas. Y no lo digo sólo por los que se celebran en España.
Los debates sólo sirven para que uno o varios candidatos metan la pata y pierdan sus opciones, para confirmar lo ya sabido y, sobre todo, para que el medio en cuestión y los periodistas que participan (sobre todo el moderador de turno) cubra su ego para varias generaciones. Un debate donde sólo se puede hablar de tal y tal asunto y no de tal o tal otro (porque así lo han pactado los equipos de campaña); un debate donde hay que acomodar las sillas, los sillones, los atriles o las mesas a las demandas de cuatro indocumentados; un debate en el que se tiene que dedicar el mismo tiempo al principal tema de preocupación de los ciudadanos que al que sólo interesa a los propios políticos; ese debate sólo es filfa. Lo siento, pero es así.
Los corses que se ponen a los supuestos debates sólo sirven para que cada uno lance su rollito y, en el peor de los casos, para que alguno meta la pata. Ya es bastante, dirán los más optimistas. Pues no, me parece poca cosa. Yo, sinceramente, prefieron que se queden en sus mítines, con sus fieles acólitos y que nos dejen reflexionar en paz, que ya somos mayorcitos.
Dicho lo cual, tampoco entiendo los 15 días de campaña, la jornada de reflexión, la prohibición de publicar encuestas,... Es todo una forma de decirnos, a los ciudadanos, que somos tontitos, que no nos enteramos y que menos mal que tenemos a nuestros mayores que siempre nos están vigilando. ¡Vayanse cordialmente a su casa!. Ya lo he dejado escrito alguna vez, los ciudadanos tenemos que romper esta maldita partitocracia y liberalizar los procesos electorales a fondo. Las campañas duran exactamente 4 años, desde el día siguiente de unas elecciones hasta la celebración de las siguientes. Porque cada día juzgamos la actuación de nuestros políticos y obramos en consecuencia.
Sí a todo esto, le unimos listas abiertas y desbloqueadas y un sistema de representación realmente ajustado a los votos que se emiten, ya estaríamos aproximándonos a un sistema político de verdad interesante. Entre tanto, seguimos haciéndoles el juego a los políticos y a los partidos.
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