El otro día vi Mataharis, una película sobre relaciones humanas, de pareja más bien, y no de mujeres detectives como se vende en las promociones. Una película en la que se refleja esa constante de la incomunicación entre los seres humanos que conviven. Especialmente significativo me pareció el caso del matrimonio que no se cruzan más que breves saludos y despedidas en toda la película.
La sociedad actual está plagada de casos similares. Cuanto más cerca tienes a alguien, menos hablas con él o ella. Y luego buscamos conversaciones con seres de los que lo desconocemos todo. Internet y los móviles nos abren un abanico tan amplio como contradictorio con lo que tienen que ser las relaciones humanas.
Hace unas semanas conocimos el caso real de una pareja (creo que en un país de centro Europa) que prácticamente no se hablaban en casa. El tiempo lo ocupaban en chatear cada uno con su ordenador. Relaciones más o menos fluidas y estables. Siempre hay alguna que se vuelve más sólida y el paso inevitable suele ser el de conocerse en persona. Cual no sería su sorpresa cuando, al verse las caras, descubren que han estado chateando con su propia pareja. Con esa pareja que vive en su misma casa y que, en la habitación de al lado, también buscaba consuelo en la red. Inevitable resulta acordarse de El bazar de las sorpresas del maestro Ernst Lubistch (y del digno remake Tienes un e-mail, de Norah Ephron).
En contra de lo que pueda parecer, y de lo que ocurre en ambas películas, la relación se rompió del todo. Lejos de comprender lo que estaba pasando, de recomponer una relación que, un día les llevó al matrimonio y, claramente, tenía futuro en la red, el uno y la otra lo consideraron la traición definitiva. No lo entiendo!!!!! Todas las relaciones, del tipo que sea, tienen baches. Casi siempre hay uno de los dos que tira más del carro que el otro, pero enfadarse hasta la ruptura porque se entienden en sus cuitas me parece irracional. Tan irracional como la sociedad en la que vivimos.
Esa sociedad que nos lleva a ignorar a quien tenemos al lado y buscar al más lejano para conocerle. Es lógico, una de las características que nos hace a los hombres como somos es la necesidad de comunicarnos y relacionarnos. ¿Quién no ha visto a ese conductor o conductora hablando sin parar mientras conduce en la inmensa soledad de su vehículo?.
Esta misma mañana un coche me bloqueaba el paso. Dentro, un hombre de edad no dejaba de hablar y gesticular. La sillita de bebé que iba en la parte de atrás me hizo pensar que estaría hablando con su mujer, atareada en atender al crio, o con el propio retoño, acomodado en su sillita y buscando-reclamando la atención de su mayor. Al colocarme suficientemente cerca de su coche, me di cuenta de que no. Estaba hablando sólo, con alguien que estaba al otro lado del móvil. No pude dejar de pensar que, al llegar al trabajo, no saludaría a sus compañeros y no cruzaría más palabras con ellos, en todo el día, que las estrictamente necesarias. Es más, al llegar a su casa por la noche, daría unas educadas Buenas Noches y cerraría el día con un frio, Hasta mañana.
Ahora que lo pienso, lo mismo ya ha agotado el crédito de palabras para este día!.
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