Nunca me han gustado los tumultos y las reuniones multitudinarias.
Cuando un grupo de personas supera la docena empiezo a ponerme nervioso y si el grupo pasa del medio centenar, procuro desaparecer cuanto antes. Soy de la opinión de que las personas nos comportamos de forma diferente cuando somos personas individuales y cuando nos convertimos en gente (como ente colectivo). No dejo de entender que los colectivos no siempre se comportan de forma negativa, pero esas escepciones no me hacen cambiar de opinión.
Por esa prevención, no voy a los campos de fútbol, o de atletismo, o a las canchas de baloncesto, o balonmano, a pesar de lo mucho que me gusta el deporte. Nunca jamas he ido a una manifestación o concentración por muy de acuerdo que esté con su lema, el sentido de su convocatoria o los principios que de defienden en ella. Evito, con todas mis fuerzas, las fiestas y celebraciones multitudinarias. Ni he ido ni iré a ningún mitin político o acto similar. Con todo, respeto esa forma de comportamiento gregario y entiendo su sentido, en la mayoría de los casos.
Creo en el ser humano como individuo, como elemento único y diferente del resto. No minusvaloro el potencial de la unión y del trabajo en equipo, pero confío más en cada uno de mis congéneres de forma individual.
Con todo lo dicho, se entenderá que actos como el que ayer tuvo lugar en la madrileña plaza de Colón no sea especialmente de mi agrado. No lo critico, no lo juzgo, pero mi actitud, mi comportamiento, mis inquietudes no van por ahí.Tampoco por actos similares de otro signo, ya lo he dicho. Y, a pesar de todo, en la mayoría de los casos los comprendo y casi todos los respeto. Lo que no puedo respetar ni comprender es que haya un gran número de personas que respaldan y defienden estos actos cuando van en línea con sus propias ideas y los ponen a caer de un burro cuando son promovidos por otras personas y grupos. No deja de ser una forma del "conmigo o contra mi". Lo mio (nuestro) es bueno, lo tuyo (vuestro) es malo. La tan lamentable polarización, a la que me he referido en diversas ocasiones en este blog. Pido perdón por ello al lector inexistente.
Otra cuestión es la de los objetivos que mueven a los convocantes de estos y otros tantos actos. Bajo el paraguas de "defender sus ideas de los ataques de... (reyenar con lo que se quiera)" o promover x valores, se suele esconder un afán de proxelitismo que me enciende en lo más hondo. No puede aceptar a la gente que está en permanente alerta para tratar de convencerte de sus ideas y de sus valores. Siempre he pensado que esconde un cierto complejo de inferioridad. Pero, aún más, empiezo a pensar que es una forma rastrera de sumar números al colectivo para defender sus principios con el dudoso honor de la cantidad y no de la calidad y, por esa vía, creo que vamos mal. Siempre serán más el número de animales no racionales que el de los animales racionales. Y no por eso van a tener más razón o más derecho ellos que nosotros.
lunes, 31 de diciembre de 2007
jueves, 27 de diciembre de 2007
NO HAY DUDA, NOS ESTÁN TANGANDO
Leo, entre sorprendido e indignado, unas declaraciones de Fernando Martín en el ABC del miércoles 26 de diciembre. “La crisis no nos afecta porque podemos vender el 85% de nuestras viviendas por menos de 200.000 euros”. Carajo.
Para los más despistados, Fernando Martín es el presidente de Martinsa-Fadesa, una de las mayores constructoras de España, miembro del llamado G-14 del sector, uno de los mayores propietarios de suelo urbanizable de España, ex efímero presidente del Real Madrid en 2006, propietario del Parque Warner de San Martín de Valdeiglesias,… Vamos, que debe saber de lo que habla.
Y eso es lo peor, desde mi punto de vista. Si pueden vender el 85% de las viviendas por 200.000 euros, tenemos que entender que: a) aún a ese previo van a ganar un buen dinerito; b) no contemplan en serio hacerlo porque no tienen necesidad y esperan que el viento vuelva a soplar a favor; c) cuando las vendían y cuando las vuelvan a vender a bastante más de esos 200.000 euros, su ganancia va a ser directamente proporcional a nuestro empantanamiento casi de por vida; y d) sus palabras tienen un punto de amenaza, cuando menos, preocupante.
Vienen a mi memoria, en este punto, unas palabras que he oído varias veces. Cuando vas a visitar lugares como Turquía, Marruecos o China, donde los mercados a precios baratos son atractivos indudables, los más veteranos siempre te aconsejan que regatees todo lo que puedas. Por bien que lo hagas y contento que te vayas con la compra, siempre te quedará la sensación de que te han tangao. Es parte del juego. Siempre que tratas con bancos, con compañías de seguros, con constructoras/inmobiliarias te queda esa misma sensación. Pero claro, que uno de ellos te lo diga tan clarito y a la cara, jode un poco.
Para los más despistados, Fernando Martín es el presidente de Martinsa-Fadesa, una de las mayores constructoras de España, miembro del llamado G-14 del sector, uno de los mayores propietarios de suelo urbanizable de España, ex efímero presidente del Real Madrid en 2006, propietario del Parque Warner de San Martín de Valdeiglesias,… Vamos, que debe saber de lo que habla.
Y eso es lo peor, desde mi punto de vista. Si pueden vender el 85% de las viviendas por 200.000 euros, tenemos que entender que: a) aún a ese previo van a ganar un buen dinerito; b) no contemplan en serio hacerlo porque no tienen necesidad y esperan que el viento vuelva a soplar a favor; c) cuando las vendían y cuando las vuelvan a vender a bastante más de esos 200.000 euros, su ganancia va a ser directamente proporcional a nuestro empantanamiento casi de por vida; y d) sus palabras tienen un punto de amenaza, cuando menos, preocupante.
Vienen a mi memoria, en este punto, unas palabras que he oído varias veces. Cuando vas a visitar lugares como Turquía, Marruecos o China, donde los mercados a precios baratos son atractivos indudables, los más veteranos siempre te aconsejan que regatees todo lo que puedas. Por bien que lo hagas y contento que te vayas con la compra, siempre te quedará la sensación de que te han tangao. Es parte del juego. Siempre que tratas con bancos, con compañías de seguros, con constructoras/inmobiliarias te queda esa misma sensación. Pero claro, que uno de ellos te lo diga tan clarito y a la cara, jode un poco.
¡¡¡ CÁLLENSE!!!
Como ya sabe el lector inexistente, no soy monárquico. Lo he dejado escrito en ocasiones anteriores. Sí tengo cierta simpatía y reconocimiento por el actual Rey de España.
Nunca he prestado demasiada atención al mensaje de Navidad de Don Juan Carlos, tampoco este año, salvo por cuestiones profesionales que no vienen al caso. Con todo, y precisamente por esas razones profesionales, soy perfectamente consciente de las cosas que Don Juan Carlos ha dicho en los últimos 20 años durante esas palabras de espumillón.
Más allá de referencias concretas a acontecimientos muy importantes del año, el Rey tiene una serie de constantes: apelaciones a la unidad y el consenso; firmeza y unidad de todos contra el terrorismo; condena de los atentados y las agresiones violentas de toda índole; recuerdo de la importancia de la monarquía (a ver); y defensa de la constitución como gran marco de convivencia durante estos años. Repásense, repásense sus palabras y se verá que es cierto.
Durante 10 minutos al año, Don Juan Carlos habla, más o menos, por sí mismo y para todos. Por ello, no deja de molestarme que a todos los partidos políticos (y, últimamente, a algunos grupos sociales) les falte tiempo para salir a comentar-respaldar-criticar-matizar-despreciar las palabras del Monarca. Si, en alguno ocasión, al Rey se le ocurriese comentar las cosas que dicen los políticos, todos saltarían contra él como fieras. Pero nuestros políticos se creen la verdadera esencia de este país y no tienen reparos en comentarlo todo. Hágannos un favor a todos y CÁLLENSE.
Ni en Navidad nos dejan descansar. A fin de cuentas, Don Juan Carlos lleva años diciendo lo que la mayoría de españoles (monárquicos y no) pensamos: acérquense, discrepen, debatan, acuerden, pero no encanallen esta sociedad. Sumen, no resten. Aporten algo, no se aprovechen. Piensen en todos, en España, y no en sí mismos. Sean generosos y no egoístas.
Decía este miércoles en El País Daniel Innerarity que “la política ha entrado plenamente en un horizonte postheroico en el que hay más acuerdo y menos alternativas de lo que parece”, y continuaba “la supuesta crisis de la política no es otra cosa que una crisis de la apoteosis moderna de las seguridades ideológicas, cuyo antiguo garante es hoy más contingente que nunca. Quizás, sea por eso, que los politiquillos (que son los que más abundan en nuestra época) necesitan estar siempre diciendo cosas y aparentando que se diferencian del de al lado, para mantener su condición de tales.
Lo dicho, trabajen un poco más y, de paso, CÁLLENSE.
Nunca he prestado demasiada atención al mensaje de Navidad de Don Juan Carlos, tampoco este año, salvo por cuestiones profesionales que no vienen al caso. Con todo, y precisamente por esas razones profesionales, soy perfectamente consciente de las cosas que Don Juan Carlos ha dicho en los últimos 20 años durante esas palabras de espumillón.
Más allá de referencias concretas a acontecimientos muy importantes del año, el Rey tiene una serie de constantes: apelaciones a la unidad y el consenso; firmeza y unidad de todos contra el terrorismo; condena de los atentados y las agresiones violentas de toda índole; recuerdo de la importancia de la monarquía (a ver); y defensa de la constitución como gran marco de convivencia durante estos años. Repásense, repásense sus palabras y se verá que es cierto.
Durante 10 minutos al año, Don Juan Carlos habla, más o menos, por sí mismo y para todos. Por ello, no deja de molestarme que a todos los partidos políticos (y, últimamente, a algunos grupos sociales) les falte tiempo para salir a comentar-respaldar-criticar-matizar-despreciar las palabras del Monarca. Si, en alguno ocasión, al Rey se le ocurriese comentar las cosas que dicen los políticos, todos saltarían contra él como fieras. Pero nuestros políticos se creen la verdadera esencia de este país y no tienen reparos en comentarlo todo. Hágannos un favor a todos y CÁLLENSE.
Ni en Navidad nos dejan descansar. A fin de cuentas, Don Juan Carlos lleva años diciendo lo que la mayoría de españoles (monárquicos y no) pensamos: acérquense, discrepen, debatan, acuerden, pero no encanallen esta sociedad. Sumen, no resten. Aporten algo, no se aprovechen. Piensen en todos, en España, y no en sí mismos. Sean generosos y no egoístas.
Decía este miércoles en El País Daniel Innerarity que “la política ha entrado plenamente en un horizonte postheroico en el que hay más acuerdo y menos alternativas de lo que parece”, y continuaba “la supuesta crisis de la política no es otra cosa que una crisis de la apoteosis moderna de las seguridades ideológicas, cuyo antiguo garante es hoy más contingente que nunca. Quizás, sea por eso, que los politiquillos (que son los que más abundan en nuestra época) necesitan estar siempre diciendo cosas y aparentando que se diferencian del de al lado, para mantener su condición de tales.
Lo dicho, trabajen un poco más y, de paso, CÁLLENSE.
lunes, 24 de diciembre de 2007
A RITMO DE BOLERO
Cuando suena un bolero es imposible llevarse mal.
Da igual que sea de desamor, de peleas de pareja o de amores no correspondidos. Cuando un bolero invade el ambiente es imposible que surja una discusión. Quizás (quizás, quizás) por eso, la cena 2007 de la Asociación de Periodistas Parlamentarios estuvo envuelta en ese ambiente de humo que Lucho Gatica imprime siempre a sus interpretaciones. Fue la noche de los boleros, del buen ambiente y de las risas distendidas. Más de uno y de dos se arrancaron a cantar e, incluso, alguno dio el cante.
Con un bolero bien entonado agradeció Diego López Garrido su premio al “azote de la prensa”. Un premio ganado a pulso durante los cuatro años de la legislatura. Una bien entonada jota sirvió de despedida en la todavía potente voz de José Antonio Labordeta, el más aplaudido de los premiados. Un recuerdo completo en forma de cantable tuvo el gran Luismi para cerrar legislatura y poner en suerte el toro de las elecciones que asoma por chiqueros, amenazante para más de uno.
El desamor, el desencuentro, el desprecio (si se me permite) han sido las notas características de esta legislatura y, pese a todo, la cena de la APP sirvió para pasar página y que el espíritu de la Navidad invadiese los salones del Palace. Y eso que más de uno quiso parafrasear el famoso Cuento de Navidad de Dickens acordándose del espíritu de las navidades pasadas (y de los años pasados), esas navidades y esos años donde la crispación y el mal rollo han marcado el día a día de un país en permanente crispación. No era el momento, aunque algunos no quisieran darse cuenta, con sus compañeros en otra cena cercana.
Los más veteranos, que los hubo, optaron por la claridad de la ironía para pedir un cambio de clima político. Como suele ser habitual, esa noche todos asentimos. Mañana, nadie se acordará de ello. El brindis del presidente saliente fue razonable y comedido, lejos de los reproches de otros años. Ya se sabe que la lejanía del poder derriba los muros de contención de la prudencia. También la presidenta de la APP puso una guinda razonable en ese sentido. Ni a uno ni a la otra les haremos mucho caso, seguro.
Aunque la noche fue de bolero, el reloj, tic-tac-tic-tac, marcó las horas y acabó con bien la cena. El año que viene será otra cena, será legislatura y, esperemos, que sea otro el ambiente político y social de España. Aunque Lo dudo, lo dudo, lo dudo.
Da igual que sea de desamor, de peleas de pareja o de amores no correspondidos. Cuando un bolero invade el ambiente es imposible que surja una discusión. Quizás (quizás, quizás) por eso, la cena 2007 de la Asociación de Periodistas Parlamentarios estuvo envuelta en ese ambiente de humo que Lucho Gatica imprime siempre a sus interpretaciones. Fue la noche de los boleros, del buen ambiente y de las risas distendidas. Más de uno y de dos se arrancaron a cantar e, incluso, alguno dio el cante.
Con un bolero bien entonado agradeció Diego López Garrido su premio al “azote de la prensa”. Un premio ganado a pulso durante los cuatro años de la legislatura. Una bien entonada jota sirvió de despedida en la todavía potente voz de José Antonio Labordeta, el más aplaudido de los premiados. Un recuerdo completo en forma de cantable tuvo el gran Luismi para cerrar legislatura y poner en suerte el toro de las elecciones que asoma por chiqueros, amenazante para más de uno.
El desamor, el desencuentro, el desprecio (si se me permite) han sido las notas características de esta legislatura y, pese a todo, la cena de la APP sirvió para pasar página y que el espíritu de la Navidad invadiese los salones del Palace. Y eso que más de uno quiso parafrasear el famoso Cuento de Navidad de Dickens acordándose del espíritu de las navidades pasadas (y de los años pasados), esas navidades y esos años donde la crispación y el mal rollo han marcado el día a día de un país en permanente crispación. No era el momento, aunque algunos no quisieran darse cuenta, con sus compañeros en otra cena cercana.
Los más veteranos, que los hubo, optaron por la claridad de la ironía para pedir un cambio de clima político. Como suele ser habitual, esa noche todos asentimos. Mañana, nadie se acordará de ello. El brindis del presidente saliente fue razonable y comedido, lejos de los reproches de otros años. Ya se sabe que la lejanía del poder derriba los muros de contención de la prudencia. También la presidenta de la APP puso una guinda razonable en ese sentido. Ni a uno ni a la otra les haremos mucho caso, seguro.
Aunque la noche fue de bolero, el reloj, tic-tac-tic-tac, marcó las horas y acabó con bien la cena. El año que viene será otra cena, será legislatura y, esperemos, que sea otro el ambiente político y social de España. Aunque Lo dudo, lo dudo, lo dudo.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
¡AL TAJO, CHICOS!
Hace años, en uno de mis primeros viajes al extranjero, cuando todo te parece nuevo y sorprendente, cuando empiezas a descubrir nuevos hábitos y constumbres, mis amigos y yo entramos a tomar un refresco en una cafetería del barrio latino de París. Al pedir la cuenta comprobamos que lo más caro de todo era una partida que se denominaba algo así como "servicio". Obviamente, no nos atrevimos a decir ni mu en público, no fuesemos a dar la sensación de ser los típicos españoles cutres y sin mundo. Pero lo cierto es que nos pareció un timo en toda regla. Daba la sensación de que nos cobraban por el mero hecho de servirnos, como si una cafetería o un restaurante no llevase implícito que alguien te atendiese. Y nos asaltó una duda, ¿qué pasaría si nos cobrasen, por el mismo concepto, en una gasolinera, en una zapatería, en el quiosco, o en una ventanilla de la administración?. La pregunta, está claro, no tiene una respuesta fácil.
De esta anécdota me he acordado en las últimas horas tras la imposición del nuevo canon digital. No voy a insistir en argumentos bien conocidos, sobre todo en ese que da por supuesto que todos somos unos delincuentes, se demuestre lo que se demuestre después, y debemos pagar por ello por adelantado. Por cierto, este impuesto preventivo lo imponen los mismos que tanto se han quejado de la guerra preventiva. ¡Qué parajoda!.
Se imagina alguien que nos fijasen un canon en los paquetes de folios porque pueden servir para hacer fotocopias de un libro. O sobre el papel fotográfico porque podría permitirnos reproducir fotografías de otras personas. O..., los ejemplos serían casi infinitos.
Me hace gracia que en este país, donde los autores de éxito casi nunca se suman a estas reclamaciones y los que lo hacen suelen ser "creadores" permanente subsidiados, no se monta una de no te menés por estas cosas. ¡En el fondo, es un euro, que más dá!. Pues claro que da, puñetas. Se nos trata como a delincuentes y nos da igual.
Alguien entendería que nos cobrasen un canon por comprar cuchillos de cocina, por el mero hecho de que pueden ser utilizados como armas asesinas. Perdón, he dicho que no iba a ir por ese camino. Por qué no les cobran el canon a esos supuestos "creadores" que, en realidad, lo que hacen es cometer un permanente delito contra la originalidad, el buen gusto y el arte.
Dicho lo cual, insto a todo el mundo a que compre los aparatitos, pague el canon y deje de comprar todas las "creaciones" originales. Total, como nos tratan como a delincuentes, vamos a delinquir. ¡Al tajo, chicos!.
De esta anécdota me he acordado en las últimas horas tras la imposición del nuevo canon digital. No voy a insistir en argumentos bien conocidos, sobre todo en ese que da por supuesto que todos somos unos delincuentes, se demuestre lo que se demuestre después, y debemos pagar por ello por adelantado. Por cierto, este impuesto preventivo lo imponen los mismos que tanto se han quejado de la guerra preventiva. ¡Qué parajoda!.
Se imagina alguien que nos fijasen un canon en los paquetes de folios porque pueden servir para hacer fotocopias de un libro. O sobre el papel fotográfico porque podría permitirnos reproducir fotografías de otras personas. O..., los ejemplos serían casi infinitos.
Me hace gracia que en este país, donde los autores de éxito casi nunca se suman a estas reclamaciones y los que lo hacen suelen ser "creadores" permanente subsidiados, no se monta una de no te menés por estas cosas. ¡En el fondo, es un euro, que más dá!. Pues claro que da, puñetas. Se nos trata como a delincuentes y nos da igual.
Alguien entendería que nos cobrasen un canon por comprar cuchillos de cocina, por el mero hecho de que pueden ser utilizados como armas asesinas. Perdón, he dicho que no iba a ir por ese camino. Por qué no les cobran el canon a esos supuestos "creadores" que, en realidad, lo que hacen es cometer un permanente delito contra la originalidad, el buen gusto y el arte.
Dicho lo cual, insto a todo el mundo a que compre los aparatitos, pague el canon y deje de comprar todas las "creaciones" originales. Total, como nos tratan como a delincuentes, vamos a delinquir. ¡Al tajo, chicos!.
viernes, 14 de diciembre de 2007
DEBATES, ¿PARA QUÉ?
Siempre que nos acercamos a una campaña electoral (en España y en casi todos los países democráticos) surge la misma letanía: "habrá debates entre los candidatos". Los más prudentes aseguran que es la mejor demostración de la firmeza democrática del país en cuestión. Los más absolutistas no dudan en afirmar que se trata de un derecho de los ciudadanos. Yo afirmo, sin inmutarme, que son un coñazo tan impresentable como innecesario.
Algo he tenido que ver con más de un debate celebrado en los últimos años en España. No podemos olvidarnos que, además de las elecciones generales (sólo en los comicios de 1993 se celebraron cara a cara entre candidatos a presidir el gobierno), en España se han celebrado multitud de elecciones (municipales, autonómicas, europeas,...) en las que sí ha habido debates entre candidatos. Muchos debates. Algo he tenido que ver, digo, con más de uno, y me parecen una tomadura de pelo de dimensiones cósmicas. Y no lo digo sólo por los que se celebran en España.
Los debates sólo sirven para que uno o varios candidatos metan la pata y pierdan sus opciones, para confirmar lo ya sabido y, sobre todo, para que el medio en cuestión y los periodistas que participan (sobre todo el moderador de turno) cubra su ego para varias generaciones. Un debate donde sólo se puede hablar de tal y tal asunto y no de tal o tal otro (porque así lo han pactado los equipos de campaña); un debate donde hay que acomodar las sillas, los sillones, los atriles o las mesas a las demandas de cuatro indocumentados; un debate en el que se tiene que dedicar el mismo tiempo al principal tema de preocupación de los ciudadanos que al que sólo interesa a los propios políticos; ese debate sólo es filfa. Lo siento, pero es así.
Los corses que se ponen a los supuestos debates sólo sirven para que cada uno lance su rollito y, en el peor de los casos, para que alguno meta la pata. Ya es bastante, dirán los más optimistas. Pues no, me parece poca cosa. Yo, sinceramente, prefieron que se queden en sus mítines, con sus fieles acólitos y que nos dejen reflexionar en paz, que ya somos mayorcitos.
Dicho lo cual, tampoco entiendo los 15 días de campaña, la jornada de reflexión, la prohibición de publicar encuestas,... Es todo una forma de decirnos, a los ciudadanos, que somos tontitos, que no nos enteramos y que menos mal que tenemos a nuestros mayores que siempre nos están vigilando. ¡Vayanse cordialmente a su casa!. Ya lo he dejado escrito alguna vez, los ciudadanos tenemos que romper esta maldita partitocracia y liberalizar los procesos electorales a fondo. Las campañas duran exactamente 4 años, desde el día siguiente de unas elecciones hasta la celebración de las siguientes. Porque cada día juzgamos la actuación de nuestros políticos y obramos en consecuencia.
Sí a todo esto, le unimos listas abiertas y desbloqueadas y un sistema de representación realmente ajustado a los votos que se emiten, ya estaríamos aproximándonos a un sistema político de verdad interesante. Entre tanto, seguimos haciéndoles el juego a los políticos y a los partidos.
Algo he tenido que ver con más de un debate celebrado en los últimos años en España. No podemos olvidarnos que, además de las elecciones generales (sólo en los comicios de 1993 se celebraron cara a cara entre candidatos a presidir el gobierno), en España se han celebrado multitud de elecciones (municipales, autonómicas, europeas,...) en las que sí ha habido debates entre candidatos. Muchos debates. Algo he tenido que ver, digo, con más de uno, y me parecen una tomadura de pelo de dimensiones cósmicas. Y no lo digo sólo por los que se celebran en España.
Los debates sólo sirven para que uno o varios candidatos metan la pata y pierdan sus opciones, para confirmar lo ya sabido y, sobre todo, para que el medio en cuestión y los periodistas que participan (sobre todo el moderador de turno) cubra su ego para varias generaciones. Un debate donde sólo se puede hablar de tal y tal asunto y no de tal o tal otro (porque así lo han pactado los equipos de campaña); un debate donde hay que acomodar las sillas, los sillones, los atriles o las mesas a las demandas de cuatro indocumentados; un debate en el que se tiene que dedicar el mismo tiempo al principal tema de preocupación de los ciudadanos que al que sólo interesa a los propios políticos; ese debate sólo es filfa. Lo siento, pero es así.
Los corses que se ponen a los supuestos debates sólo sirven para que cada uno lance su rollito y, en el peor de los casos, para que alguno meta la pata. Ya es bastante, dirán los más optimistas. Pues no, me parece poca cosa. Yo, sinceramente, prefieron que se queden en sus mítines, con sus fieles acólitos y que nos dejen reflexionar en paz, que ya somos mayorcitos.
Dicho lo cual, tampoco entiendo los 15 días de campaña, la jornada de reflexión, la prohibición de publicar encuestas,... Es todo una forma de decirnos, a los ciudadanos, que somos tontitos, que no nos enteramos y que menos mal que tenemos a nuestros mayores que siempre nos están vigilando. ¡Vayanse cordialmente a su casa!. Ya lo he dejado escrito alguna vez, los ciudadanos tenemos que romper esta maldita partitocracia y liberalizar los procesos electorales a fondo. Las campañas duran exactamente 4 años, desde el día siguiente de unas elecciones hasta la celebración de las siguientes. Porque cada día juzgamos la actuación de nuestros políticos y obramos en consecuencia.
Sí a todo esto, le unimos listas abiertas y desbloqueadas y un sistema de representación realmente ajustado a los votos que se emiten, ya estaríamos aproximándonos a un sistema político de verdad interesante. Entre tanto, seguimos haciéndoles el juego a los políticos y a los partidos.
martes, 11 de diciembre de 2007
EL CRÉDITO DE LAS PALABRAS
El otro día vi Mataharis, una película sobre relaciones humanas, de pareja más bien, y no de mujeres detectives como se vende en las promociones. Una película en la que se refleja esa constante de la incomunicación entre los seres humanos que conviven. Especialmente significativo me pareció el caso del matrimonio que no se cruzan más que breves saludos y despedidas en toda la película.
La sociedad actual está plagada de casos similares. Cuanto más cerca tienes a alguien, menos hablas con él o ella. Y luego buscamos conversaciones con seres de los que lo desconocemos todo. Internet y los móviles nos abren un abanico tan amplio como contradictorio con lo que tienen que ser las relaciones humanas.
Hace unas semanas conocimos el caso real de una pareja (creo que en un país de centro Europa) que prácticamente no se hablaban en casa. El tiempo lo ocupaban en chatear cada uno con su ordenador. Relaciones más o menos fluidas y estables. Siempre hay alguna que se vuelve más sólida y el paso inevitable suele ser el de conocerse en persona. Cual no sería su sorpresa cuando, al verse las caras, descubren que han estado chateando con su propia pareja. Con esa pareja que vive en su misma casa y que, en la habitación de al lado, también buscaba consuelo en la red. Inevitable resulta acordarse de El bazar de las sorpresas del maestro Ernst Lubistch (y del digno remake Tienes un e-mail, de Norah Ephron).
En contra de lo que pueda parecer, y de lo que ocurre en ambas películas, la relación se rompió del todo. Lejos de comprender lo que estaba pasando, de recomponer una relación que, un día les llevó al matrimonio y, claramente, tenía futuro en la red, el uno y la otra lo consideraron la traición definitiva. No lo entiendo!!!!! Todas las relaciones, del tipo que sea, tienen baches. Casi siempre hay uno de los dos que tira más del carro que el otro, pero enfadarse hasta la ruptura porque se entienden en sus cuitas me parece irracional. Tan irracional como la sociedad en la que vivimos.
Esa sociedad que nos lleva a ignorar a quien tenemos al lado y buscar al más lejano para conocerle. Es lógico, una de las características que nos hace a los hombres como somos es la necesidad de comunicarnos y relacionarnos. ¿Quién no ha visto a ese conductor o conductora hablando sin parar mientras conduce en la inmensa soledad de su vehículo?.
Esta misma mañana un coche me bloqueaba el paso. Dentro, un hombre de edad no dejaba de hablar y gesticular. La sillita de bebé que iba en la parte de atrás me hizo pensar que estaría hablando con su mujer, atareada en atender al crio, o con el propio retoño, acomodado en su sillita y buscando-reclamando la atención de su mayor. Al colocarme suficientemente cerca de su coche, me di cuenta de que no. Estaba hablando sólo, con alguien que estaba al otro lado del móvil. No pude dejar de pensar que, al llegar al trabajo, no saludaría a sus compañeros y no cruzaría más palabras con ellos, en todo el día, que las estrictamente necesarias. Es más, al llegar a su casa por la noche, daría unas educadas Buenas Noches y cerraría el día con un frio, Hasta mañana.
Ahora que lo pienso, lo mismo ya ha agotado el crédito de palabras para este día!.
La sociedad actual está plagada de casos similares. Cuanto más cerca tienes a alguien, menos hablas con él o ella. Y luego buscamos conversaciones con seres de los que lo desconocemos todo. Internet y los móviles nos abren un abanico tan amplio como contradictorio con lo que tienen que ser las relaciones humanas.
Hace unas semanas conocimos el caso real de una pareja (creo que en un país de centro Europa) que prácticamente no se hablaban en casa. El tiempo lo ocupaban en chatear cada uno con su ordenador. Relaciones más o menos fluidas y estables. Siempre hay alguna que se vuelve más sólida y el paso inevitable suele ser el de conocerse en persona. Cual no sería su sorpresa cuando, al verse las caras, descubren que han estado chateando con su propia pareja. Con esa pareja que vive en su misma casa y que, en la habitación de al lado, también buscaba consuelo en la red. Inevitable resulta acordarse de El bazar de las sorpresas del maestro Ernst Lubistch (y del digno remake Tienes un e-mail, de Norah Ephron).
En contra de lo que pueda parecer, y de lo que ocurre en ambas películas, la relación se rompió del todo. Lejos de comprender lo que estaba pasando, de recomponer una relación que, un día les llevó al matrimonio y, claramente, tenía futuro en la red, el uno y la otra lo consideraron la traición definitiva. No lo entiendo!!!!! Todas las relaciones, del tipo que sea, tienen baches. Casi siempre hay uno de los dos que tira más del carro que el otro, pero enfadarse hasta la ruptura porque se entienden en sus cuitas me parece irracional. Tan irracional como la sociedad en la que vivimos.
Esa sociedad que nos lleva a ignorar a quien tenemos al lado y buscar al más lejano para conocerle. Es lógico, una de las características que nos hace a los hombres como somos es la necesidad de comunicarnos y relacionarnos. ¿Quién no ha visto a ese conductor o conductora hablando sin parar mientras conduce en la inmensa soledad de su vehículo?.
Esta misma mañana un coche me bloqueaba el paso. Dentro, un hombre de edad no dejaba de hablar y gesticular. La sillita de bebé que iba en la parte de atrás me hizo pensar que estaría hablando con su mujer, atareada en atender al crio, o con el propio retoño, acomodado en su sillita y buscando-reclamando la atención de su mayor. Al colocarme suficientemente cerca de su coche, me di cuenta de que no. Estaba hablando sólo, con alguien que estaba al otro lado del móvil. No pude dejar de pensar que, al llegar al trabajo, no saludaría a sus compañeros y no cruzaría más palabras con ellos, en todo el día, que las estrictamente necesarias. Es más, al llegar a su casa por la noche, daría unas educadas Buenas Noches y cerraría el día con un frio, Hasta mañana.
Ahora que lo pienso, lo mismo ya ha agotado el crédito de palabras para este día!.
jueves, 6 de diciembre de 2007
SARKOZY Y EL ALA OESTE DEL ELYSSEO
Sarkozy es un animal político, no cabe ninguna duda. Pero también es un personaje de serie de televisión... sin serie de televisión.
El mensaje que anoche lanzó al jefe de las FARC encaja, perfectamente, en un guión de Aaron Sorkin para El Ala Oeste de la Casa Blanca, pero no en un político serio, en un presidente serio de un país serio. A su mensaje le falta la música de fondo que, una vez rematada la alocución, envuelve al espectador en la emoción bien modulada hasta llevarlo al culmen. Pero, sobre todo, le falta la secuencia siguiente en la que el terrorista Maluenda (TERRORISTA señor Sarkozy, TERRORISTA y no señor como usted le llama en su discurso cometiendo un error de libro, uno de esos errores que si cometiese alguien del PSOE en España, la derecha socio-politico-periodistica de este país crucificaría sin piedad y sin perder un minuto) libera entre fanfarrias a Ingrid Betancourt que se abraza a su madre e hijos bajo el paraguas del presidente lo que da paso a unas negociaciones fructíferas que garantizan un segundo mandato a Sarkozy y un futuro político a Maluenda. Pero no, no estamos en una serie de televisión.
Sarkozy corre el riesgo de convertirse en su propio guiñol por mucho que su deseo sea convertirse en una página brillante de la historia de Francia. No soy ni quiero ser profeta, pero la nueva referencia de la derecha en Europa puede acabar como acabó la anterior, apartada del poder a patadas y rumiando su rencor por las esquinas. ¿A qué saben de quién hablo?.
El mensaje que anoche lanzó al jefe de las FARC encaja, perfectamente, en un guión de Aaron Sorkin para El Ala Oeste de la Casa Blanca, pero no en un político serio, en un presidente serio de un país serio. A su mensaje le falta la música de fondo que, una vez rematada la alocución, envuelve al espectador en la emoción bien modulada hasta llevarlo al culmen. Pero, sobre todo, le falta la secuencia siguiente en la que el terrorista Maluenda (TERRORISTA señor Sarkozy, TERRORISTA y no señor como usted le llama en su discurso cometiendo un error de libro, uno de esos errores que si cometiese alguien del PSOE en España, la derecha socio-politico-periodistica de este país crucificaría sin piedad y sin perder un minuto) libera entre fanfarrias a Ingrid Betancourt que se abraza a su madre e hijos bajo el paraguas del presidente lo que da paso a unas negociaciones fructíferas que garantizan un segundo mandato a Sarkozy y un futuro político a Maluenda. Pero no, no estamos en una serie de televisión.
Sarkozy corre el riesgo de convertirse en su propio guiñol por mucho que su deseo sea convertirse en una página brillante de la historia de Francia. No soy ni quiero ser profeta, pero la nueva referencia de la derecha en Europa puede acabar como acabó la anterior, apartada del poder a patadas y rumiando su rencor por las esquinas. ¿A qué saben de quién hablo?.
NO DAMOS LA TALLA
¿Quién es ese señor?, pregunta un adolescente del madrileño barrio de Moratalaz.
El señor en cuestión tiene 80 y muchos años, la mirada triste y cansada, un bastón en su mano derecha,... pero, con todo, más vitalidad intelectual de la que tendrá nunca ese adolescente.
Como cada año, los primeros días de diciembre son prolíficos en actos de homenaje y recuerdo a la Constitución del 78, la única que todos los españoles de bien reconocemos como NUESTRA. Esta vez, Moratalaz celebraba el evento nada menos que con uno de los padres de ese texto. Una de las mentes más brillantes de la convulsa España del siglo XX.
Don Manuel presidía el acto buscando, entre esos adolescentes, a quién pasar el testigo de su brillante vida intelectual ahora en sus últimos minutos. Pero nadie sabía quién era ese señor.
Horas antes, otro informe internacional y de prestigio nos ponía a los españoles en nuestro sitio. Estamos a la cola en conocimientos y en educación. Nuestros jóvenes no dan la talla leyendo, entendiendo lo que leen, o razonando de la forma más elemental. No damos la talla.
Nuestros políticos se empeñan en que somos la octava economía del mundo (según que factores?), en que estamos a la cabeza del mundo, en que somos una potencia de tipo medio.
La realidad es bien distinta. En política exterior somos un cero a la izquierda o un comparsa más o menos de lujo. En economía estamos lejos de ser una potencia, por lo menos, en lo que a empuje y creación de riqueza se refiere. Sólo somos una referencia por nuestras bondades turísticas y de servicios y por nuestro pasado histórico y cultural. Pero nos pavoneamos como si fuesemos algo.
Entre tanto, países con menos ínfulas mejoran de verdad todos los aspectos de la vida. Están siempre pendientes del bienestar de sus ciudadanos. Se preocupan de las cuestiones importantes de la población. Y se olvidan de escaparates innecesarios. Nada de buscar un hueco en las cumbres internacionales. Nada de justificar porque hacen tal o dejan de hacer cual. Hacen lo que tienen que hacer y punto.
Así les va a ellos y así nos va a nosotros.
El señor en cuestión tiene 80 y muchos años, la mirada triste y cansada, un bastón en su mano derecha,... pero, con todo, más vitalidad intelectual de la que tendrá nunca ese adolescente.
Como cada año, los primeros días de diciembre son prolíficos en actos de homenaje y recuerdo a la Constitución del 78, la única que todos los españoles de bien reconocemos como NUESTRA. Esta vez, Moratalaz celebraba el evento nada menos que con uno de los padres de ese texto. Una de las mentes más brillantes de la convulsa España del siglo XX.
Don Manuel presidía el acto buscando, entre esos adolescentes, a quién pasar el testigo de su brillante vida intelectual ahora en sus últimos minutos. Pero nadie sabía quién era ese señor.
Horas antes, otro informe internacional y de prestigio nos ponía a los españoles en nuestro sitio. Estamos a la cola en conocimientos y en educación. Nuestros jóvenes no dan la talla leyendo, entendiendo lo que leen, o razonando de la forma más elemental. No damos la talla.
Nuestros políticos se empeñan en que somos la octava economía del mundo (según que factores?), en que estamos a la cabeza del mundo, en que somos una potencia de tipo medio.
La realidad es bien distinta. En política exterior somos un cero a la izquierda o un comparsa más o menos de lujo. En economía estamos lejos de ser una potencia, por lo menos, en lo que a empuje y creación de riqueza se refiere. Sólo somos una referencia por nuestras bondades turísticas y de servicios y por nuestro pasado histórico y cultural. Pero nos pavoneamos como si fuesemos algo.
Entre tanto, países con menos ínfulas mejoran de verdad todos los aspectos de la vida. Están siempre pendientes del bienestar de sus ciudadanos. Se preocupan de las cuestiones importantes de la población. Y se olvidan de escaparates innecesarios. Nada de buscar un hueco en las cumbres internacionales. Nada de justificar porque hacen tal o dejan de hacer cual. Hacen lo que tienen que hacer y punto.
Así les va a ellos y así nos va a nosotros.
miércoles, 5 de diciembre de 2007
POCO CONSUELO
Problemas técnicos y humanos me han impedido renovar los post como era mi deseo y como reclamaba la realidad. Sin que se hayan resuelto del todo los problemas, por lo menos, he recuperado la posibilidad de comunicarme, que no es poco. Este post es, en realidad, una forma de comprobar que la realidad se amolda a los deseos. Ya se que no hay nadie ansioso por las actualizaciones, pero yo si lo soy.
En cualquier caso, y aunque sea de forma breve, quiero referirme al atentado del pasado sábado. Triste, muy triste tiene que sentirse un país (su población), cuando tienen que morir dos Guardias Civiles, en pleno cumplimiento del deber, para que los políticos se pongan de acuerdo. No se salva ni uno. Pero mucho más triste se tiene que sentir ese mismo país cuando, 72 horas después, esos mismos políticos tratan de justificar un acto que, a todas luces, era mejor no haber celebrado. Sin entusiasmo, sin pasión, por puro compromiso. Me recordaba a esas bodas en las que siempre hay un número de asistentes (al acto religioso) que se queda al final de la iglesia, dormitando, a la espera de que llegue el banquete. Para eso, mejor no ir. Raúl y Fernando lo hubiesen agradecido.
Menos mal que los etarras han caído en tiempo récord. Menos mal que la justicia francesa los pondrá a la sombra de por vida. ¡Eso si que consuela!, aunque poco.
En cualquier caso, y aunque sea de forma breve, quiero referirme al atentado del pasado sábado. Triste, muy triste tiene que sentirse un país (su población), cuando tienen que morir dos Guardias Civiles, en pleno cumplimiento del deber, para que los políticos se pongan de acuerdo. No se salva ni uno. Pero mucho más triste se tiene que sentir ese mismo país cuando, 72 horas después, esos mismos políticos tratan de justificar un acto que, a todas luces, era mejor no haber celebrado. Sin entusiasmo, sin pasión, por puro compromiso. Me recordaba a esas bodas en las que siempre hay un número de asistentes (al acto religioso) que se queda al final de la iglesia, dormitando, a la espera de que llegue el banquete. Para eso, mejor no ir. Raúl y Fernando lo hubiesen agradecido.
Menos mal que los etarras han caído en tiempo récord. Menos mal que la justicia francesa los pondrá a la sombra de por vida. ¡Eso si que consuela!, aunque poco.
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