Groucho Marx es de los personajes más citados de las últimas décadas. Probablemente tiene que ver en ello su popularidad ganada en el cine. La simpleza de la mayoría de sus sentencias. Su concepto un poco klennex del decir. Todo ello encaja muy bien con la humanidad del siglo XX y, mucho mejor aún, con la del siglo XXI. Una de las citas más recurrentes del tío del bigote pintado es aquella que dice “estos son mis principios y si no le gustan, no se preocupe, tengo otros”.
Creo que encaja como un guante en la sociedad actual. Probablemente cuando él la pronunció resultó chocante, hiriente incluso. Ahora es simplemente chispeante. Pero lo peor de todo es que encaja perfectamente con casi todos nuestros políticos. A uno y a otro lado.
¡Qué cosas se dijeron de aquellas imágenes de la plana mayor del PSOE acudiendo a la prisión de Guadalajara a acompañar el ingreso de Barrionuevo y Vera! ¡Qué cosas se han dicho de los paseíllos del PNV camino del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco! Y ahora descubrimos que le ha llegado el San Martín al PP. Venga, no valen con los sucesivos actos de desagravió organizados a lo largo de las últimas semanas a la mayor gloria de Francisco Camps. No. Había que ir todos siguiendo la estela roja de Rita Barberá a montar el numerito ante la puerta grande del Tribunal Superior de Justicia de Valencia.
Muy mal tienen que estar las cosas para que el PP del nuevo Rajoy se pliegue a semejante despropósito. Pero claro, ahora que lo pienso, el bueno de Mariano, como las buenas de María Dolores y de Soraya, estaba muy ocupado rechazando la dimisión de Federico Trillo, que si de principios hablamos podemos encontrar el principio… de su vida política pero, a este paso, no vamos a encontrar el final ni cuando la palme.
Vale que nadie le pidió que dimitiese así, motu proprio. Vale que él no sólo no se lanzó a un cese irrevocable que era lo suyo. Vale que, sin venir a cuento, se presentase a leer un comunicado que a nadie importaba y que nadie le había pedido y no venía a cuento. Vale. Pero una vez que pone, hasta tres veces, sus cargos a disposición de sus variados jefes y jefas, no me puedo creer que ninguno se la aceptase. Puedo entender, en un alarde de comprensión por mi parte, que todos no se la admitiesen, pero, coño, ¡uno por lo menos!
Es que no se entiende. Pues claro que tiene que dejar la política y dedicarse a otra cosa. Don Federico, que es hábil abogado y hábil político y hábil dialéctico y hábil estratega ha montado un argumento tan sugerente como poco sólido. He ganado dos veces las elecciones en mi circunscripción y eso liquida mis responsabilidades políticas. Y ahí están sus corifeos pregonando la máxima.
Pues no, mire usted. Cuando en España se llegue al caso de elección por circunscripción personal ese argumento será válido. En ese caso, cada político dará la cara por sus decisiones y sus comportamientos y los electores podremos besársela o partírsela a nuestra conveniencia. Pero mientras el eje electoral sigan siendo los partidos y la condena las listas cerradas, nos comemos un sistema donde los filetes tienen más gordo y menos carne que nunca.
A usted, que tanto le gusta presumir de la cocina mediterránea y de los arroces levantinos, no le queda ni adorno, ni caldo, ni paellera. Por no tener, no tiene ni butano con el que cocinar. Y el arroz, así duro, no hay quién se lo trague.
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