lunes, 11 de mayo de 2009

RESUCITA, FRANK CAPRA

Pasan unos segundos de las 12 del mediodía cuando el presidente del Gobierno sube al estrado. En la cara lleva el gesto serio que la ocasión requiere. En la mano derecha unos pocos folios. Muchos menos de los que ha portado en ocasiones similares. Suficientes para el momento que está a punto de producirse. Los murmullos en el hemiciclo se van apagando muy lentamente, demasiado lentamente.
El presidente coloca los folios sobre el atril. La mirada clavada en ellos y en el movimiento de sus manos. Casi de oídas, coge el vaso de agua que acaban de colocarle, se lo acerca a los labios y bebe. El sorbito es breve. En realidad no tiene sed. Cuando el silencio es suficiente inicia su parlamento.
El tono es el de siempre. Firme, serio, mal modulado. Pero los diputados notan que algo es diferente. No saben el qué. La expectación va creciendo. Algunos, que ya habían abierto internet en sus escaños, se olvidan de la pantalla del ordenador. Otros, que se volcaban sobre su libreta de notas, reposan la mano sobre ella sin escribir. Ninguno se atreve a romper ese ritual nuevo. Apenas dos o tres personas en ese habitación, en ese espacio diáfano, saben lo que está pasando, además del orador presidencial.
No hay la tradicional retahíla de datos, de logros, de méritos. No se enumeran las cosas prometidas y cumplidas en este primer año de legislatura. No se anuncian nuevas decisiones o promesas. No se abre el saco de los pétalos de rosa para espolvorear el camino que es está andando. El presidente habla, en pocas y duras palabras, de la situación difícil que vivimos. Asegura que los sacrificios serán tan abundantes como necesarios. Asegura que no muchos sino todos lo pasaremos mal durante meses. Y pasa el folio.
Vuelve a beber. Esta vez si necesita el agua. Y afronta el segundo pliego. Aquí sí hay enumeraciones. Son las medidas que propone a todos los presentes como representantes del conjunto de los que vamos a pasarlo mal. A todos les pide el apoyo porque todos tendrán algo que hacer, algo que perder y algo que aportar. Todos. La enumeración le lleva todo el folio. Es mucho lo que hay que hacer y pocos los minutos que se pueden perder.
Llevamos 10 minutos de discurso. No ha habido ni un sólo aplauso, ni un abucheo. Nada. Otros años, a estas alturas, todavía no habíamos entrado en el meollo de asunto. Éste, el presidente está iniciando el último folio del parlamento. Vuelve a beber. Esta vez, en dos ocasiones. Tiene que pedir disculpas y quiere que suenen claras, firmes, sinceras. Reconoce que ha cometido errores y que está dispuesto a cambiar muchas cosas. Antes de acabar, les pide dos cosas a los portavoces que le van a seguir en el uso de la palabra. Una, que den una respuesta a su oferta. Dos, que aporten las ideas o medidas que consideren necesario añadir al catálogo que acaba de plantear.
Antes de bajarse del estrado, vuelve a beber. Nadie se ha dado cuenta de que ha terminado su discurso. Sólo él y esas otras dos o tres personas son conscientes de lo que acaba de pasar.
Casi cuatro horas después se inicia el carrusel de portavoces. El líder de la oposición es el primero. Se ha pasado tres horas largas, primero acompañado por sus asesores y luego sólo, dándole vueltas a lo ocurrido. Tenía un discurso preparado pero no es el momento de hacerlo. En poco menos de cinco minutos responde a las dos peticiones del presidente. A la primera dice que sí. A la segunda, aporta una serie de ideas. Una decena. Las mismas, más o menos, que lleva aireando desde hace un par de meses. El presidente se lo agradece.
El resto de portavoces sigue una pauta similar. Alguno y alguna tratan de jugar otro juego. El suyo. Ese que les da el oxígeno que ellos creen que necesitan. Ese que les ha llevado a dondes están y que les devolverá a la nada sin que se den cuenta.
Son las ocho y media y todo a terminado. Justo a tiempo para entrar en los informativos televisivos de la noche. Pero ninguna cadena tiene muy claro como contar lo que ha pasado. No tenemos costumbre. Haría falta que Frank Capra saliese de la tumba para ponerle luces, cámara y acción a esta historia y hacérnosla creíble. Una de esas fábulas que todos, alguna vez, deseamos que se convirtiesen en realidad, sabiendo que eran imposibles.
Que le vamos a hacer. Son las doce del mediodía del 12 de mayo de 2009 y vivimos en la realidad.

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