lunes, 17 de noviembre de 2008

TODO PUEDE SER

Me acuerdo cuando era crío y jugábamos en la calle en la que vivíamos. Tenía, aquella, calle, ciertas ventajas. En realidad eran tres calles que tenían la forma de la letra griega pi. Las dos calles que hacían las patas de esa letra eran calles sin salida y la tercera, tenía poco tráfico. Con estas características, a pesar de vivir en toda una capital de provincia, una de las importantes, podíamos jugar en la calle con cierta tranquilidad. Que experiencia tan encantadora.
Me acuerdo de esos detalles, a estas alturas, y me acuerdo de que una de las cuestiones más importantes era decidir a que jugábamos. Si eramos muchos, no había demasiado problema. Sólo hacía falta una pelota y nos poníamos a jugar al fútbol. Si el número se reducía, empezaban los problemas. Con frecuencia, cuanto menos éramos, más difícil era ponernos de acuerdo. Parece una contradicción, pero no lo es. Cuando sólo coincidíamos cuatro o cinco, los problemas eran enormes. No sólo no teníamos pelota. Más de uno estaba harto del fútbol y proponía el escondite. Otro, más belicoso, prefería los vaqueros o, directamente, las peleas. No faltaban quien tenía la esperanza de que fuesen pasando los minutos mientras discutíamos a que jugar. Que pasase el tiempo hasta llegar el momento de volver para casa.
Este fin de semana me he acordado de aquellos días. Se ha celebrado una Asamblea de Izquierda Unida en la que, de hacer caso a los datos, ha habido más compromisarios que votantes obtuvieron el 9 de marzo. Pero, no sólo eso, un partido que ronda peligrosamente la condición de extraparlamentario se permite el lujo de tener cinco candidaturas diferentes para dirigir el futuro. Y no sólo. Se permite el lujo de cerrar la Asamblea sin decidir nada. Con frecuencia hay quien defiende que la ausencia de candidaturas es poco democrático. Que la pluralidad es lo más democrático, para que haya donde elegir. Miren ustedes, si la democracia es esto, yo me mantengo al margen. Sinceramente.
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Y mientras escribo estas líneas, llega la noticia de la detención de Garikotzi Aspiazu "Txeroki". Me alegro. Hemos llegado al momento, yo por lo menos, en que el alborozo de las detenciones de asesinos se mitiga. Hace 16 años, recuerdo que pasé un fin de semana de euforia desbocada cuando se anunció la operación de Bidart y la caída del colectivo Artapalo. Ya se que Txeroki no es Pakito, ni Txelis, ni Fiti. Ya lo sé. Pero es quien dirigía ahora los comandos. El que ponía el nombre en la diana. El más buscado. El que dio orden de disparar en Capbreton. Y, sin embargo, casi no me he inmutado al conocer su detención. O algo va mal, o me estoy volviendo insensible. Todo puede ser.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muerte a la insensibilidad informativa!!!!!!!!!!!! Comprendo tu apatía... pero este tipejo es malo, muy malo. Arregla algo su detención? NO, pero seguro que alivia a sus víctimas y las familias de las víctimas que ya no lo cuentan.