El Papa Julio II se pasea arriba y abajo. Mira al techo sin ver nada. Al menos, nada de lo que quiere ver. Busca y rebusca entre las maderas, pero el resultado es siempre el mismo. Envuelto en su estola de piel natural, para mitigar los rigores del invierno romano, el Santo Padre, más padre que santo, empieza a calentarse, también por dentro. En uno de sus bien conocidos, y poco santos, ataques de cólera, Julio II ruge sirviéndose de la voz grave y bien modulada de Rex Harrison "¿cuándo lo acabareis?". De entre los tablones, en un escorzo tan difícil como los que gusta dibujar, en una mezcla de artista y anatomista, la figura del gran Buonarotti cobra las facciones barbadas de Charlton Heston (vaya por dios) y responde "cuando lo acabe".
El irregular Carol Reed dio uno de sus últimos coletazos de mención en esa interesante película llamada "El tormento y el éxtasis". El catálogo gestual, oral y de todo tipo que despliega Rex Harrison es suficiente para sostener un entramado, interesante por lo demás. Preciosista en muchos casos. Muy interesante para entender ciertos comportamientos tanto artísticos como de los mecenas de cada época. El mejor Renacimiento, en este caso.
Estos días me he acordado varias veces de esa escena y de esa película. La lucha entre la capacidad creativa de Miguel Ángel y las múltiples complicaciones que azuzaban al Papa es de lo más interesante. Julio II tenía dinero, mucho dinero. Tenía todas las posibilidades de contratar y poner a su servicio a los mejores artistas. Pero también tenía la obligación de preservar su estado y la obsesión de ampliar sus dominios. Era más jefe de estado que papa, si eso se puede delimitar con la perspectiva del tiempo.
Miguel Ángel era un hombre tan genial como artista como intratable en lo personal. Y, sobre todo, no quería pintar. Eso era para otros. Como todo ser humano orgulloso, era incapaz de iniciar una conversación sin terminarla en discusión y eso a pesar de contar, en muchos casos, con argumentos de suficiente solidez a su favor.
Estos días, decía, me he acordado varias veces de los diálogos de esas películas. Aquello era el Renacimiento. Otras pautas sociales, políticas y de todo tipo reglaban el día a día. Pero en todos los rincones del mundo saben hoy, 500 años después, quien era Miguel Ángel y en casi todos se sabe quien era Julio II. Ay! el paso de los años que cruel es. Nadie se acordará de otros migueles pasadas unas décadas y la nueva cúpula será utilizada en campañas publicitarias o ni eso. Pero nuestros descendientes de dentro de 500 años seguirán extasiándose con la Sixtina. ¿Qué hermosura!. ¿Qué tormento!.
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3 comentarios:
Eres muy pesimista!! Por qué supones que los mortales de dentro de 500 años no se emocionarán con la cupulita de nuestro querido, admirado y codicioso Barceló?????
Es fácil acusarme de muchas cosas, empezando por exaltado, pero llamarme "pesimista"... por favor, ni nuestro admirado presidente descalzado es más optimista que yo y ya es decir. De hecho, el comentario es una muestra de optimismo. Estoy completamente seguro, es más, parafraseando a Alfred Doolittle, estoy deseando que ocurra, estoy queriendo que ocurra, estoy anhelando que ocurra, que esa "diarrea del arco iris", como alguien la ha bautizado esta mañana, no sea más que una leve pesadilla en la cabeza de los pesimistas. Algo así como los dibujos de los niños que los padres cuelgan en la cocina en cuanto se los dan pero que, pasado el tiempo, nadie sabe donde ha ido a parar y cuando. Pero tampoco nadie los hecha de menos. Lástima de porrón de millones.
Por cierto, porque no se estira el animoso Miguelito y destina, pongamos, la mitad de sus emolumentos a fines sociales y benéficos, ya que tan pesaroso se haya de que parte de las monedas hayan sido detraídas de los Fondos al Desarrollo?. ¡Qué cosas!.
En eso estamos de acuerdo, pero los artistas pesebreros... ¡es lo que tienen!
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