La democracia americana es, estos días, el foco de todas las alabanzas. En todo el mundo se elogia el ejemplo dado por los estadounidenses, no sólo en la jornada del martes, sino en todo el último año. Curiosamente, y salvo que me haya equivocado yo, es la misma democracia que con casi idéntica unanimidad criticaban hace cuatro años con motivo de la re-elección de Bush. Es el mismo sistema de primarias, el mismo sistema de campaña, el mismo sistema electoral. Todo igualito, salvo el resultado.
Consciente de que criticar el sistema de Estados Unidos es una osadía, me he resistido a escribir, hasta ahora. Pero no he podido aguantarme más. Estoy un poco harto del famoso elogio perpetuo al sistema de primarias de los dos grandes partidos. Primero, no es verdad que sea una elección de los militantes de los partidos. Dejando al margen los casos de los estados que celebran “caucus” (sistema asambleario), en las primarias se anota quién quiere y en el partido que quiere. Se elogia que no sean los partidos (los aparatos de los partidos) los que escogen a los candidatos. Loable alabanza. Lástima que en el caso de los Estados Unidos sean las empresas, vía financiación de las correspondientes campañas, las que decidan quien va a poder empezar o seguir con su campaña. Al final, los ciudadanos escogen entre quienes las empresas quieren que escojan. No está mal como principio democrático.
Después llega ese democratísima momento en el que son sólo los dos grandes partidos los que tienen opciones reales de optar a un resultado digno porque, los demás posibles candidatos porque, dejando de lado casos pintorescos como el de Ross Perot (que puso la pasta de su bolsillo), no tienen garantizados unos mínimos. Y más. Los electores no eligen al presidente, por mucho que ellos se crean lo contrario, sino que escogen a un colegio de electores que, por lo demás, llevan un mandato imperativo (cosa que no ocurría en las primeras elecciones estadounidenses, allá por finales del XVIII y primeros del XIX). Resumiendo, los electores no saben lo que escogen, o sí, y el colegio electoral no puede decidir lo que escoge, porque se reúnen para ejecutar lo que otros les han dicho que tienen que ejecutar. Todo muy democrático.
Pero podemos seguir. El senado se renueva por tercios cada seis años. Un tiempo razonable para poder desarrollar una labor legislativa sin demasiados condicionantes externos. Sin embargo, la cámara de representantes se renueva cada dos años. Con lo cual, teniendo en cuenta el sistema antes descrito de elecciones, los congresistas están permanentemente más pendientes de su re-elección que de hacer lo mejor para el país. Muy democrático.
Y más. Formalmente se elige a un presidente y un vicepresidente. Bonito tandem o ticket o como quieran llamarlo pero la realidad es que el vicepresidente, en Estados Unidos, es poco más que un lindo florero, permanentemente esperando encontrar una mesa con tapete en la que colocarse. Véase: esperar a que al presi le de un aire y tener que ejercer de…, esperar a que haya un empate en una votación en el senado para que su voto de calidad valga para algo, esperar a que pasen los ocho años de presidencia del jefe para poder optar tu a sustituirlo, sin demasiadas garantías, la verdad. En los últimos 40 años sólo Bush padre pasó de vice a presi, y luego pasó lo que pasó.
Soy consciente de que todo este razonamiento tiene un punto demagógico. Queda dicho. Pero no se puede ser tan papanatas. No podemos ser tan tontos de creer siempre que lo de fuera es mejor. No está demasiado bien cambiar nuestros argumentos en función de que queramos elogiar o criticar algo. No podemos limitarnos a creer que lo que hacen otros está bien y lo nuestro mal y luego, cuando aplicamos esa fórmula alternativa, tampoco nos gusta el resultado. La clave, no nos equivoquemos, está en que nosotros, todos y cada uno de nosotros, nos comportemos con máximo espíritu democrático. Esa sí es la clave. Por cierto. Si el sistema de EE UU se caracteriza por algo es por la absoluta falta de participación de los ciudadanos. Fíjense que, en España, por ejemplo, una participación de poco más del 60 por ciento es considerada un desastre sin paliativos. Y lo es. Pues bien, la exitosísima jornada electoral del 4 de noviembre en EE UU se saldó con una participación de poco más del 60 por ciento. Pero, allí, ese dato se considera histórico. Papanatismo. Y que conste que no soy, ni mucho menos, antiamericano. Que conste que me gusta su sistema, aunque creo que es mejorable. Pero no podemos ser tan papanatas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario