Noé, dijo el señor, el hombre se ha descarriado y voy a castigarlo. Mandaré una lluvia muy importante, un auténtico diluvio. Pero tu eres bueno, Noé. Te daré tiempo para que construyas un arca en la que poder poner a salvo a tu familia. Salvarás, también, una pareja de cada especie animal. Date prisa, Noé, no hay tiempo que perder.
Noé miró al cielo. Vio el azul luminoso. Lo más blanco que vio fue el reflejo del potente sol y pensó. Quien coño será este tío que me habla. Sabrá más él, que no está viendo el cielo, que yo, que sí lo estoy viendo.
Noé siguió con sus cosas. Que si un ratito en la huerta, para que no faltase de nada a la mesa. Que si cuidar algún animalito, porque la carne también es necesaria. Pero no descuidó otros quehaceres. Jugaba con sus hijos, charlaba con sus vecinos y amigos. Y, por supuesto, compartía todo el tiempo que podía con su mujer. En uno de esos ratitos, le contó a su compañera lo que el señor le había dicho.
Ella, preocupada, le recomendó que hiciese el arca. Seguro que no es para tanto, pero por lo menos podremos estar protegidos los chicos y nosotros. Pero Noé le aseguró, muy seguro de sí mismo, que no iba a llover.
A los pocos días comentó a caer el típico calabobos. Esa agua fina que tan bien le viene al campo. Noé se puso la mar de contento. Tanto que se fue a ver a uno de sus vecinos. Quería compartir su alegría y optimismo, pero su vecino le hizo ver que no estaban en época de lluvias. Eres un agua fiestas, le dijo Noé. Mejor que llueva. Pero su vecino comenzó a preocuparse cuando Noé, medio en broma, le contó lo que el señor le había dicho.
Oye, y si estas cuatro gotas son el inicio del diluvio. Deberíamos empezar a construir el arca y acumular provisiones y juntar a los animales. Quita, quita, dijo Noé. No fastidies. Esto es sólo algo pasajero. Aún más, nos va a venir de miedo. Pero pasaron los días y el cala bobos se convirtió en lluvia. Y la historia del diálogo entre Noé y el señor iba pasando de boca a oreja. Y cada vez eran más los que acudían a Noé para recomendarle que se pusiese a construir el arca y ofreciéndole su colaboración.
Pero Noé se mostró inflexible. No sabéis lo que decís. Sois unos agoreros. De todas formas, quien más quien menos, empezó a acumular alimentos, ropa de abrigo y a tener a los animales sueltos el menor tiempo posibles.
Después de varias semanas y cuando el agua acumulada en algunas zonas comenzaba a sobrepasar los 20 centímetros en algunas zonas. Noé admitió, ante su mujer y sus hijos, que no era normal esa forma de llover. Ellos, creyendo que habían encontrado un resquicio por el que colarse, insistieron en el tema del arca, pero Noé se resistió de nuevo. No era para tanto. Si acaso, prepararía algunos sacos terreros para las puertas de la casa y poco más.
Unas semanas después, sus amigos de la zona baja del valle subieron escandalizados. Sus casas se habían inundado y sólo habían podido ponerse a salvo subiendo colina arriba. Con todo, Noé no dejaba de darles ánimos y decirles que todo era pasajero. Que podían quedarse en su casa, que había comida y sitio para todos. Pero, casi cada día, llegaban más y más vecinos que se habían quedado sin casa y sin tierras que trabajar porque el agua las había anegado. Tan difícil se puso la situación que Noé tuvo que advertirles que era necesario racionar la comida y dormir por turnos en las camas.
Pero la lluvia siguió aumentando de intensidad. Se convirtió en autentica tromba y ya ni la casa de Noé se salvo. los más afortunados, entre ellos Noé y su familia, se agarraron a unos troncos para poder aguantar. Los menos, se fueron ahogando. Pero Noé insistía, esto se acaba en un par de días, no os preocupéis.
Pasaron los días y sin nada que comer y sin poder descansar, muchos desfallecían. Sólo una cosa les devolvía las fuerzas. Cada vez que Noé hablaba para asegurar que ya pintaba mejor, que no era para tanto, que lo peor había pasado, la mayoría, la inmensa mayoría, y cada vez más mayoritaria, le pedía a Noé que se callase. Ya no querían oírle. Es más, casi todos se arrepentían de haberle escuchado en su momento. Pero ya era tarde.
Y en ese momento, justo en ese momento de máxima desesperación y resignación se volvió a oír la voz del señor que decía: "pero que torrrrrrrrrpe y que mentiroso eres... Zapatero".
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