sábado, 21 de junio de 2008

CON ÁNIMO CONSTRUCTIVO

Por primera vez en muchos años, muchos, estoy de acuerdo con algo que ha dicho José María Aznar. El PP (cualquier partido, añadiría yo) debe ganarse al mayor número de ciudadanos para optar a gobernar un país. Es una afirmación de perogrullo, pero a veces, son esas afirmaciones las que hacen despertar a los dormidos.
Hay una sensación, bastante extendida entre algunos, de que los políticos (las personas y los partidos) deben mantenerse firmes, monolíticos, inmóviles en los principios que les guían y tratar de atraerse a los votantes. Esa es una alternativa, sin duda, pero no la única, ni siempre la mejor. Siempre se recuerda que alguien tan admirado como Winston Churchill fue capaz de ponerse al frente de los británicos para afrontar la II Guerra Mundial con éxito. Sin duda, la actitud de Churchill tuvo una doble vertiente: por una parte supo entender las necesidades y demandas de sus conciudadanos para liderarlas, y supo amoldar sus propias ideas a esa situación para fundir ambas realidades en un proyecto de éxito.
Algo parecido ocurre casi siempre que un líder o un partido logran dar la vuelta a una situación. Sin ir más lejos, le ocurrió al PP de José María Aznar cuando en 1996 acomodó buena parte de sus principios, ideas, proyectos y objetivos a los de una sociedad, la española, que mostraba claros síntomas de necesitar un cambio de orientación. Aquel PP de Aznar tuvo que moverse y mucho para poder ponerse al frente de la sociedad española del cambio de siglo y dirigirla por una senda claramente diferente a la que venía siendo prioritaria durante los años 80.
Pasado el tiempo, parece que no fue así. Son legión, el propio Aznar sin ir más lejos, los que tratan de contarnos una versión diferente de aquellos hechos. Tratan de contarnos ahora el cuento de que el PP siempre estuvo y sostuvo los mismos principios y que fuimos los españoles los que nos acercamos a ellos. Falso. Los españoles nos movimos tanto como se movieron los populares hasta que unos y otros confluimos en los resultados electorales de 1996 que permitieron gobernar al PP.
Pero, curiosamente, buena parte de los que estuvieron en ese largo y lento proceso desde dentro del PP, pretenden ahora que no fue así y tratan de evitar que los que ahora dirigen el partido hagan algo parecido. Hoy mismo ha recordado el propio Aznar que primero tuvieron que ganar las elecciones de 1996 y luego fue cuando pactaron con los nacionalistas. Cierto, muy cierto. Pero no es menos cierto que llevaban años cortejándolos y que tuvieron que dedicar todos los esfuerzos de los 3 meses siguientes a las elecciones para culminar el cortejo y ganarse el apoyo de los nacionalistas.
Nada diferente se trata de hacer ahora desde la dirección del PP. Pero hay una diferencia sustancial. En aquellos años, todos estaban a una en el PP. Nadie discutía las decisiones de Aznar y de los suyos. Nadie ponía chinas en el camino. Y no habían sido pocos los que se habían quedado por el camino, los que habían sido relegados a un tercer o cuarto plano o los que notaban como su culo olía a pólvora a lo lejos. Nada demasiado diferente a lo que vemos ahora.
Lo que no deja de sorprenderme es que buena parte de los mismos que dirigieron esa estrategia hace 15 años, ahora tratan de impedirla a toda costa. Bueno, en realidad, no me sorprende en absoluto, pero no puedo dejar de verlo con cierto desagrado. No porque me importe demasiado lo que ocurra en el PP, ellos sabrán. Pero sí desde el momento en que eso tiene repercusiones en la vida de nuestra democracia y en el futuro de España. Necesitamos, como todas las sociedades occidentales y modernas, una alternativa real, solida y con futuro para seguir progresando. Y eso es algo que muchos parecen no entender.
Espero, por el bien de todos, que el PP sea capaz de andar ese camino de aproximación a la sociedad que tanto necesita y necesitamos. Espero que María Dolores de Cospedal sea tan Secretario General como General Secretario. El PP lo necesita y España también. Y espero que los conspiradores, nostálgicos y críticos, sepan entender lo necesaria que es la unidad y el respeto al que dirige. Sin por ello dejar de mantener las propias posiciones con honradez y sinceridad. Debe primar el ánimo constructivo, aunque el arquitecto sea otro.

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