Leo, esta mañana, al gran Carlos García Gual. Con su tono sabio, sencillo, didáctico, me sumerge en la antigua y clásica Grecia, al hilo de los incendios que están destrozando la península del Peloponeso y muchas vidas humanas. Su relato es erudito, pero cercano. Te lleva lentamente por un empedrado de datos que, en el mejor de los casos, te suenan muy ligeramente. Lo más normal es que los ignores o los hayas oído alguna vez, más o menos como se ven los anuncios en televisión, como fogonazos.
La sensación es encantadora y, justo al final, recuerdo porqué estoy leyendo este artículo. "Con la tierra más antigua de Grecia arde un paisaje de nuestro imaginario; algo nuestro arde en el Peloponeso". Click. Tuve la suerte de visitar una pequeña, ínfima, parte del Peloponeso hace unos años con mi mujer. Encantadora tierra donde, efectivamente, tienes la sensación de estar en tu ambiente. Seguro que el hecho de ser un país mediterráneo ayuda mucho. Hermosa es la ruta entre naranjales de Corinto a Micenas. Y sabrosas las naranjas que cogimos en una de las veredas (un par de ellas, para probarlas). La sensación al visitar estos lugares es extraña. Te son cercanos y, a la par, tienes la sensación de que buena parte de tú pasado está emboscado en algún rincon.
No me refiero a situarse ante la tumba de Agamenón o en la puerta de los leones de la gran ciudad micénica. Quiero decir que cada recodo del camino, cada árbol, parece esconder algún secreto, algún vestigio que lleva siglos esperando que alguien lo recupere. Estos días, como cada verano desde hace unos 8 ó 10 años, se suceden las campañas de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Campañas que están recuperando decenas de cadáveres perdidos (que no olvidados) durante 70 años. Todavía hay quien se sorprende de que haya tantos cadáveres en las cunetas y los campos de España. No son pocos los que no entienden el trabajo que esta Asociación está llevando a cabo.
Yo soy joven. Por mi edad, no tengo, ni puedo tener, memoria de la postguerra. Pero, afortunadamente, si he disfrutado de las enseñanzas de un padre que si vivió esa etapa y que ha procurado siempre (igual que mi madre) ampliar los horizontes de mi conocimiento (no se si han tenido mucho éxito, pero ellos lo han intentado). Y recuerdo bien el esfuerzo de El Jefe llevandome por muchas zonas de El Bierzo para enseñarme dónde ocurrio tal cosa, dónde fue fusilado tal otro, dónde se escondió tal escapado, dónde fueron detenidos tales otros. Tuvo la candidez de "encargarme" las fotos que debían ilustrar una novela sobre los escapados. Una novela que, espero, algún día verá la luz (aunque sin aquellas fotos tan pedrestes que yo hice).
Recuerdo biern como se esforzaba por señalarme donde habían sido enterrados aquellos militantes izquierdistas, o aquellos pueblerinos contrarios a la República, que de todo hubo en nuestra España. O en que casa se escondían de la Guardia Civil los escapados de Girón. O aquella señora que escondía a sus hijos bajo un barreño (eran todos muy pequeños) mientras suplicaba por la vida de su marido, al que los leales a la República se habían llevado unas horas antes y matarían unas horas después. Lamento no haber prestado más atención a aquellos relatos. La misma atención que él si prestaba cuando su abuelo (cuyo nombre llevo yo) se detenía a rezar un padre nuestro ante cualquiera de esas tumbas anónimas que recorren España. Es nuestro imaginario sí. Es algo nuestro. Parte de nosotros mismos. Y no nos damos cuenta hasta que está en peligro.
Que torpes y que cortos de miras somos.
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