jueves, 11 de diciembre de 2008

SIN MICROS, MEJOR

¡Qué apaguen los micros, por favor!. Ya que no tenemos forma de apagar a nuestros políticos, impidámosles meter la pata, decir mamarrachadas y complicarnos la vida.
Los políticos son como niños. Revoltosos, molestos, insoportables, por momentos, no podemos vivir sin ellos, pero vivir con ellos es un perpetuo dolor de cabeza. En una ocasión había un niño que estaba llorando sin parar. Normal en un niño. Después de varios minutos a llanto vivo, esa normalidad se estaba volviendo claramente insoportable. Toda vez que en la misma habitación había varios adultos, entre ellos los padres del megáfono carnal, mi abuelo no tuvo mejor ocurrencia que preguntarle a la madre donde tenía el interruptor en jodío niño. Son cosas de la edad. Al niño no había forma de callarlo y a mi abuelo, por aquello de que ya era mayor, se le permitía todo.
Bien mirado, no estaría mal. Un interruptor y dejamos de oír la primera mamarrachada que se les pasa por la cabeza. Lo más curioso es que no se trata sólo de personajes de medio pelo, cuya capacidad intelectual, social, de convivencia y de respeto es más que cuestionable. Incluso los políticos más preparados, más avezados, más curtidos y hasta más seremos echan una meadita fuera del tiesto de vez en cuando.
Ellos mismos, todos ellos, han deseado, en alguna ocasión, que los micros estuviesen apagados cuando tenían que estarlo, o han lamentado que estuviesen encendidos cuando no debían, que viene a ser más o menos lo mismo. Además, con un poco de suerte, entre las veces que ellos los quieren apagados (muchísimas veces) y las que nosotros se los apagaríamos, todo sería mucho más sencillo. Aún más, nos evitaríamos ese engorroso dijo lo que dijo y debe rectificar, yo no dije porque quise decir, dije diciendo que decir quería y queriendo decir lo dicho que dicho me han asignado que decir no he querido aunque pensarlo sí, sin decirlo me evito el tener que decir.

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