Los liberales están de moda. Ya sea para proclamarse como tal o para convertirlos en objetivo de críticas. Pasa un poco con ellos como pasaba con los socialdemócratas hace 30 años. Que muchos se proclamaban como tales con orgullo y otros los criticaban por el mero hecho de serlo, sin entrar demasiado en el fondo de sus argumentos y de sus principios. Luego, pocos años después, los socialdemócratas tuvieron que reciclarse a marchas forzadas si no querían ser objeto de mofa. Y ahí seguimos.
Los liberales están de moda, decía, y como toda moda empieza a dar lugar a múltiples familias de lo más variopinto. Tal es así que, en muchos casos, da la impresión de que el calificativo de “liberal” es como una piel de cordero bajo la que se esconde lo mismo un lobo, que un ulises, que vete tú a saber el qué.
Alguien tan poco sospechoso como Esperanza Aguirre, que se autoproclama liberal desde los tiempos en que el éxito era de los socialdemócratas y los liberales, en España, eran una “rara avis”, sigue empuñando la bandera liberal. Es más, presume al colocarle esa etiqueta a cualquiera de las medidas que adopta, como la reciente reducción del número de empresas y entidades públicas en la Comunidad de Madrid o como la reducción del número de horas sindicales. Sin embargo, mantiene otras muchas políticas muy poco liberales.
Por ejemplo, el férreo control que ejerce sobre otros entes públicos como Telemadrid o el Canal de Isabel II. Ya podría aplicar ahí un poco de ese liberalismo que pregona y derrocha en otras partes. Y no le dejo de reconocer cierta coherencia cuando ha sido discrepante con su partido para defender aspectos complicados como el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero me da la sensación que ahí pesaba más el saco de votos que los principios liberales.
De hecho, ya he dejado escrito en otro párrafo de este mismo blog (hace ya meses, la verdad) que los principios se han convertido más en una frase, en un elemento de los discursos, que en un elemento que rige el comportamiento interno de las personas. También de los políticos. Resulta que son legión los que autoproclamándose liberales han respaldado las intervenciones de grandes empresas durante esta crisis para evitar la quiebra. Han sido favorables a lanzar miles de salvavidas, en forma de fajos de billetes, para evitar naufragios que no sabemos a quién se hubiesen llevado por delante.
Por otra parte, no son pocos los que se autoproclaman de izquierdas y que por ello habrían de respaldar esos rescates pero los han criticado porque beneficiaban a esos empresarios que nos habían, según ellos, llevado a la ruina. No dejo de percibir cierta esquizofrenia en esta situación. Los que siempre han defendido la tesis del estado mínimo están encantados de que ese mínimo estado se destine a salvarles el culo. Y los que han preconizado el estado máximo son reticentes a que ese máximo sirva para mantener a flote las empresas que les han permitido disfrutar de las bondades de occidente sin las maldades del comunismo.
Me da un poco de miedo, la verdad, comprobar esos comportamientos. Son los propios de quien trata de justificarse y salir para adelante sin asumir sus propios errores. Sin decir aquello tan sencillo de “me equivoqué”. Todos se equivocaron estos últimos 25 ó 30 años. Y por esos errores estamos donde estamos. Unos más que otros, puede ser. Pero todos se equivocaron y cuando ninguno quiere reconocerlo me inclino a pensar que es porque ya tienen preparado el siguiente engaño. Y lo volveremos a pagar entre todos.
Quizás es por cosas como estas por las que cada vez desconfío más de todos los que hablan. Por eso me estoy volviendo tan suspicaz o tan escéptico, vete tu a saber. Pero es que no te dejan muchas opciones. Y cada vez que alguien abre la boca para hablar de sus principios o de la incoherencia de los principios del otro, me entran ganas de sacar la podadora y “sanear” el asunto para que florezca de nuevo, con brío y con fuerza, que es lo que necesitamos. Porque, no sé si te has dado cuenta, pero llevamos más de un siglo sin ideas, sin aportaciones realmente interesantes y adaptadas a los tiempos que vivimos y eso sólo demuestra que estamos en una fase de una enorme pobreza intelectual. Somos grandes destrozando las ideas de los demás de una forma apocalíptica, pero no tenemos la más mínima capacidad para llenar el hueco que dejamos con nada nuevo, nuestro, con futuro.
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