lunes, 1 de noviembre de 2010

CANDIDATOS Y PRESIDENTES

Mañana, a esta hora, EE UU estará en plena efervescencia electoral. Son las conocidas como Elecciones de Medio Mandato ya que coinciden con el ecuador de los cuatro años del presidente de turno en el cargo. En este caso, parece que los electores van a censurar la labor de Barack Obama restándole apoyos al Partido Demócrata tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado de la Unión. Los analistas mejor informados están convencidos de que eso es lo que va ocurrir. Lo que no tienen tan claro es cuál será el alcance de ese giro y cuáles las consecuencias para la política de EE UU y para el futuro de Obama en concreto.
No es la primera vez que algo así ocurre. Las más recordadas son las recientes de Bill Clinton y Ronald Reagan en el último tercio del siglo pasado. Pero lo cierto es que es bastante habitual que, mediado el primer mandato de un presidente, los electores agudicen el contra poder de las cámaras legislativas para que los contrapesos del sistema americano funcionen de la mejor manera posible. Lo que llama la atención, en casos como el de Obama, es que, en tan poco tiempo, se haya desmoronado la ola que le llevó a la Casa Blanca como si fuese al última verdad revelada.
Las cualidades de Barack Obama como candidato eran indudables, hace dos años. Era un tío joven, apuesto, negro, con facilidad para leer los discursos y, parecía, con algo más en la cabeza que el cowboy cervecero de Texas. La ilusión que despertó fue pareja con esas características y con las de un país cansado, aburrido y bastante tenso. Y ganó. Desde entonces, salvedad hecha del inmerecido Premio Nobel de la Paz, nunca más se supo. Ha intentado algunas cosas, se ha cansado de dar discursos, cada vez con menos impacto y su figura y su labor se han ido desdibujando sin remedio.
No me atrevo, a estas alturas, a pronosticar si logrará la re-elección o no. Y mucho menos a predecir cuál será el balance de su presidencia. Lo que si me ronda la cabeza es una de esas ideas recurrentes cada vez que hablamos de los políticos. Un buen candidato hace un buen presidente? Un mal candidato puede hacer un buen presidente?
Tenemos ejemplos para todos los gustos. En nuestro reciente periodo democrático podemos coincidir en que tanto Suárez como González fueron tan buenos candidatos como presidentes. Calvo Sotelo no fue candidato pero si un buen presidente. De haber sido candidato, probablemente habría sido nefasto. Aznar no destacó como candidato y tuvo visos de buen presidente en muchas facetas, otras es mejor olvidarlas. Y Zapatero lució como candidato y se eclipsó totalmente como presidente.
No sería descartable que, si vuelve a ser candidato, volviese a mostrar sus mejores cualidades. Lo que es seguro es que si logra un tercer mandato su presidencia sólo ahondará su mala gestión. Mirando al otro lado, está claro que Rajoy ha sido y es un mal candidato pero queda una duda razonable sobre su capacidad como presidente. Quizá nunca tengamos ocasión de saberlo.
Pero lo que más me interesa de esta reflexión es la trampa perversa que esconde. Si los votantes nos dejamos guiar por las bondades del candidato corremos el riesgo cierto de sufrir a un mal presidente y si nos fiamos de las futuras cualidades de un presidente tenemos la obligación de apostar por un mal candidato confiando en una ruleta que no sabemos exactamente como gira. Malas condiciones para asegurar la apuesta. Y no tenemos, los electores, muchas más alternativas toda vez que se nos hurta la posibilidad de elegir a un buen candidato con la seguridad de que sea un buen presidente.
Así, nos encontramos con que la elección política tiene más de juego de azar que de decisión reflexiva y meditada. Sin embargo, unos y otros se empeñan en apelar a nuestra capacidad de raciocinio. Nos piden que seamos prudentes y evaluemos nuestra decisión. Y es lógico ya que las consecuencias van a ser importantes para nosotros y para el conjunto de nuestra sociedad. Pero ¿con que cartas jugamos de verdad?.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Otra opción a la hora de votar -que observo no consideras en tu post- es la de elegir en el colegio electoral el día de la votación las papeletas correspondientes a los candidatos de los dos partidos entre los que dudas inclinar tu voto; después, a ciegas, introduces en el sobre destinado a la urna una de las papeletas y tiras (a ciegas también)la otra papeleta a la papelera. Y votas. Y te quedas tan tranquilo.

Después, días después, meses después, años después, dependiendo de la gestión del candidato devenido a presidente quién sabe si por tu voto aleatorio, dispones tu ánimo hacia la hipótesis que te haga más feliz: si el presidente es bueno, eliges pensar que se debió a tu elección certera; si sale rana, puedes pensar que, al menos, tu voto no le ayudó a encaramarse a la poltrona.
Dada la imposibilidad de conocer a priori el futuro político de un candidato, creo que el azar es un consejero tan fiable como el mejor de los análisis informados.