miércoles, 30 de diciembre de 2009

SIEMBRA, QUE ALGO QUEDA

Hace años, durante la parte más tensa de la guerra fría, había una revista que publicaba en portada, en todos sus números, un termómetro. En él, media cual era el riesgo que cada mes (era una publicación mensual) existía de que se desencadenase un conflicto nuclear. Era, insisto, una revista. Prestigiosa, pero una revista. Y, además, lo publicaba todos los meses. Cuando aumentaba el riesgo, cuando se mantenía y cuando descendía.
En Estados Unidos, como se encargan de recordarnos numerosos columnistas estos días, se publica semanalmente el nivel de alerta terrorista. Un nivel que viene también dado por una escala de colores que recuerda, y mucho, a un termómetro. Cuando el otro día, el ministro de Interior dijo, así, sin más, que había un serio riesgo de atentado de ETA, en forma de bomba y/o de secuestro (hemos sabido después) no se movía en estos parámetros.
Tradicionalmente, los cambios de año, los acontecimientos destacados o los momentos de máxima visibilidad, sobre todo internacional, son escaparate para los asesinos. Tradicionalmente, el nivel de alerta se eleva en esos casos. Pero se suele hacer de forma discreta y se hace público cuando están tomadas las posiciones.
Si Rubalcaba tenía información fiable (y si no la tiene él, ya me dirás quién puñetas la va a tener) debería haber puesto en alerta a todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Haber hablado con los escoltas y los grupos de seguridad privada, con los consejeros de Interior de las comunidades autónomas, con las personas amenazadas,… Debería haber alertado a todos los que se ven más directamente afectados por la amenaza de los terroristas. Y luego, cuando todas las medidas hubiesen sido tomadas, haber alertado a la ciudadanía, o no.
Pero no lo ha hecho así.
He de decir que llevo unos días, desde que Rubalcaba habló, dándole vueltas, sin hallar respuesta, a la razón que le ha llevado a actuar así. Y hoy he leído, de pie, que es como se le tiene que leer, a Florencio Domínguez en La Vanguardia. Y, cómo casi siempre, me ha llevado por unos derroteros que no se me hubiesen ocurrido a mi solito.
Dice Florencio, y de esto sabe, que la izquierda radical asesina está bastante “acojonada” (traduzco yo) por la presión que ejerce el ministerio con Rubalcaba al frente. Dice que se sienten acorralados, amenazados, asfixiados. Y dice Florencio que las palabras del ministro iban dirigidas a Batasuna. Qué es una forma de decirles que sabe en lo que andan y que es mejor que no lo intenten porque se van a arrepentir.
A la tesis, lógicamente, cabría contraponer diversos argumentos. Si sabe lo que van a hacer, que los trinque y listo el bote. Si lo sabe, que lo evite. Lo sepa o no lo sepa, no se acaba de entender porque les da opciones. Pero también es cierto que sembrar el desconcierto, la duda, la incertidumbre, la cizaña, puede dar buenos resultados. Veremos.

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