Estos días, en los que la Bolsa ha entrado en campaña no se sabe todavía muy bien a favor de quién o en contra de quién, en los que se buscan referencias hace 20 años, hace 25 años, hace 80 años, para evaluar lo ocurrido con las pérdidas, estos días, digo, me he acordado del blanco y negro.
Esas colas en los servicios de beneficiencia de todo Estados Unidos esperando un cacito de sopa (agua caliente, en realidad), esos trabajadores sin trabajo pero con familias de muchos miembros de mirada perdida, esas uvas de la ira colgando del regazo de niños famélicos en la que era ya la gran potencia del mundo. Y pienso que, de forma un tanto inconsciente, tendemos a asociar las fotos en blanco y negro con un pasado oscuro, sin alegría, un pasado al que miramos con cierto desdén y afán de olvido. Nadie parece acordarse, yo también tengo que hacer un esfuerzo, de que los gloriosos años 20 también se fotografiaron en blanco y negro. El color no imprime optimismo. Sólo es una cuestión de años. El color puede ser igual de dramático y doloroso. El blanco y negro, igual de feliz y optimista.
Recuerdo, en este punto, el impacto que me produjo una reciente exposición de fotografías acogida en la Fundación Telefónica a finales del pasado año. Eran imágenes netamente periodisticas devenidas en historia por las muchas décadas transcurridas. Eran imágenes, desde luego, en ese blanco y negro plagado de matices, de "colores". Viene, a la retina de mi subconsciente, una de las fotos de Joaquín Sorolla pintando un retrato del ya Nobel Jacinto Benavente. Juraria que se distinguían, perfectamente, los tonos cálidos del valenciano sobre el lienzo.
Me parece estar viendo el azul del cielo madrileño, ese azul que se ha dado en llamar velazqueño, en las primeras fotos aéreas del pionero de las imágenes tomadas desde el aire. Aflora el amarillo pajizo de la España de principios de siglo en las fotografías tomadas para ilustrar el crecimiento de la red telefónica por nuestro país.
Y que decir del intenso morado de la bandera republicana izada a hombros de un ciudadano en el nacimiento de la calle Preciados de Madrid. Muy cerca del que era y sigue siendo kilómetro cero de nuestro país. Es, en definitiva, el mejor resumen de cincuenta años de nuestra historia. Esos cincuenta años que, por primera vez, quedaban retratados en imágenes químicas, nada de óleos y lienzos.
El historiador se llamaba Luis Ramón Marín. Su trabajo, un trabajo impagable para toda una nación, ha renacido de la mano de su hija, de sus nietos, de la Fundación Pablo Iglesias y de la Fundación Telefónica. España, nuestra historia, nuestra memoria, tienen una deuda con Marín. La exposición va a recorrer España.
Puedan o no, no se la pierdan.
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1 comentario:
Totalmente de acuerdo contigo. En todo.
Gracias.
Fdo.: uno de los nietos
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