lunes, 15 de marzo de 2010

PERDÓN POR EL RETRASO

He llegado tarde a muchas cosas en mi vida. Y he de decir que no me ha pasado nada. En algunos casos, es cierto, he pensado más de una vez como hubiese sido si hubiese llegado antes. De todas formas, como tampoco soy de arrepentirme, cierro rápido capítulos y a otra cosa.
Por ejemplo, he pensado más de una vez si hubiese podido llegar a ser un deportista profesional. He practicado varios pero o los empecé un poco tarde, o fui inconstante o no supe aprender de las enseñanzas, o todo ello junto. No me arrepiento. A día de hoy sigo disfrutando y he descubierto otros deportes y me da mucha pereza pensar en los problemas físicos que arrastran los ex deportistas para toda su vida.
Llegué tarde al tema de las chicas. En realidad, sería más correcto decir que ni llegué. Me tope con la indicada a lo que podríamos calificar como una edad provecta y no ha habido ni antes, ni después, ni falta que hace. Pero me causa cierta ternura cuando mis amigos, cada vez más, hablan de sus novias de juventud o comparan lo que tuvieron con lo que tienen. Se me escapan sus reflexiones.
Llegue tarde a los idiomas y, parar ser justos, no me esforcé demasiado. Me dio miedo. Temí al fracaso. Y ahora intento casi cada día ponerle remedio. Me costó mucho quitarme la vergüenza. Me la he quitado. Pero, siendo mucho, no es suficiente. Y conozco mucha gente de mi edad y más mayor que está tomando decisiones drásticas del tipo de me voy unos meses a un país que no conozco para asentar lo que sé y aprender lo que no sé. Tal vez, en esta ocasión sí lo haga. Ya veremos.
Pero una de las cosas a las que llegué tarde y más rabia me da es la lectura. Esa es culpa sólo mía. En casa de mis padres había miles de libros. Soy incapaz de recordar un rincón de casa que no tuviese libros. Todos los días, después del pis del primer minuto, había que coger el periódico que había en la puerta. ¡Qué hermosura!. Y los fines de semana había 3 ó 4 periódicos para elegir, ¡con sus correspondientes revistas!.
Recuerdo la colección de Mortadelos, de Astérix, de Mafaldas, de Rompetechos,… Esos sí que los devoraba, como la prensa, pero el salto a los libros no me fue sencillo. Ni con los Cinco, ni con Guillermo el Travieso,… No fui capaz. Desarrollé una gran habilidad para torear las lecturas obligatorias en el colegio y en el instituto. Es el día de hoy que hay profesores y amigos (no es incompatible) que no se explican cómo pude llegar a la universidad sin haber leído El Lazarillo de Tormes, El Quijote, o Zalacaín. Con esas carencias no es de extrañar que todavía cometa faltas de ortografía. Los milagros no existen por mucho que se empeñe Frank Capra.
Pero aunque llegué tarde, he hecho un gran esfuerzo, uno de los mayores de mi vida, por arreglarlo. Y hay un puñado de personas que me han ayudado, guiado y encauzado bien. Pilar, profesora magnífica que pulsó la tecla precisa en segundo de carrera para interesarme de verdad por los libros. Jose, que sigue siendo un ejemplo a mi lado después de 20 años de amistad. Antonio, que me enseñó a cerrar cualquier libro y pasar a otro que me interesase más.
Y también algunos autores que han dejado páginas que me ha gustado mucho leer. Páginas sencillas, salidas de una mente privilegiada que recogen historias que he sido capaz de interiorizar. Para no perder la tradición que vengo volcando en estas frases, he llegado tarde a la muerte de Miguel Delibes, una de esas personas que me han ayudado. Un tipo, dicen los que le conocieron, tan sencillo como su literatura. Alguien que se merecía el respeto y el cariño de todos nosotros, el que los anónimos han sabido darle y el que algunas autoridades le han dado entre dientes y de mala manera. Ellos sabrán. Peor para ellos.
Gracias, Delibes. Y perdón por el retraso.

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