martes, 16 de marzo de 2010

LOS AUTODENOMINADOS

Hubo un tiempo en que los intelectuales eran otra cosa. No sólo habían leído más que la media y cosas que no todo el mundo tenía el cerebro necesario para leer. También habían sido capaces de desarrollar ideas propias y de ponerlas al servicio de los demás. Hubo un tiempo en el que los intelectuales eran pocos, selectos, como todo lo realmente importante, y servían de guías a las sociedades de las que formaban parte.
Desde la mitológica revolución del 68, los intelectuales han pasado a ser todos aquellos que aprenden a vivir sin trabajar… demasiado. Esa panda que probablemente ha leído pero que no ha asimilado todo lo que le ha entrado por los ojos. Los que presumen de hacer aquello que el común de los mortales no podemos o no queremos o no nos atrevemos a hacer. La primera perversión nace de la propia denominación. En aquel tiempo, eran otros los que calificaban a los intelectuales como tales. Y a ellos les solía dar reparo el término. Ahora se llaman intelectuales ellos mismos a sí mismos. Y ya hay que tener valor.
En un país como el nuestro, en el que se muere un señor como Delibes y casi nadie le llama intelectual es síntoma de dos cosas. Una, que el propio término “intelectual” está devaluado. Dos, que los que se autodenominan intelectuales tienen claro cuáles son las características que tiene que cumplir un intelectual. Por ejemplo, no ser castellano y estar orgulloso de serlo. No ser cazador, no haber criticado nunca a la izquierda, aunque se lo merezca, no haber tenido 7 hijos (eso suena a opusino y retrógrado),…
Cuando un país como el nuestro sólo ve posible ser intelectual y de izquierdas es que estamos al borde de no tener solución y, quizás, lo mejor sea decir “a la mierda los intelectuales, regenerémonos desde abajo”.
Por mi parte, hace años que siento el mayor de los desprecios cada vez que veo la palabra “intelectual” adosada a lo que sea, pero claro, vamos teniendo sobrado ejemplos de lo que estoy diciendo. Los últimos, los del Guillermo ese diciendo que algo habrá hecho Zapata para estar en la cárcel en Cuba. Me he acordado de la cantidad de veces que decían eso de la gente que asesinaba ETA a finales de los 70, en los 80 y hasta bien entrados los 90.
Hoy mismo leo que una panda de autodenominados que encabeza Pilar Bardem, Juan Diego o Miguel Ríos dicen que es perverso que unos presuntos delincuentes conviertan al juez Garzón en reo. Vaya por dios. Ellos, los mismos que quieren no se qué justicia sobre hechos de hace casi un siglo se niegan a que haya justicia sobre hechos de antes de ayer. Porque de eso estamos hablando, de justicia. Y no nos confundamos. Ningún juez es la justicia. Los jueces, también Garzón, son instrumentos para impartir justicia.
Desgraciadamente, no es la primera vez que en España se juzga a un juez (parece un trabalenguas), ni será la última, si llega el caso. Ni es la primera vez que se condena a un juez, ni será la última, si llega el caso. Y no entiendo, o sí, porque hay tanto alboroto de los radicales folclóricos autodenominados intelectuales. Pero habría que decírselo a la cara, porque ellos no tienen ninguna superioridad moral sobre el resto de los españoles, por mucho que se empeñen. Por cierto, en su torpeza llevan la penitencia. Si esos que han denunciado a Garzón son “presuntos” según sus propias palabras, están en el mismo estatus que Garzón, que sigue siendo “presunto” mientras no sea condenado. Como todos. Ni más ni menos.

lunes, 15 de marzo de 2010

PERDÓN POR EL RETRASO

He llegado tarde a muchas cosas en mi vida. Y he de decir que no me ha pasado nada. En algunos casos, es cierto, he pensado más de una vez como hubiese sido si hubiese llegado antes. De todas formas, como tampoco soy de arrepentirme, cierro rápido capítulos y a otra cosa.
Por ejemplo, he pensado más de una vez si hubiese podido llegar a ser un deportista profesional. He practicado varios pero o los empecé un poco tarde, o fui inconstante o no supe aprender de las enseñanzas, o todo ello junto. No me arrepiento. A día de hoy sigo disfrutando y he descubierto otros deportes y me da mucha pereza pensar en los problemas físicos que arrastran los ex deportistas para toda su vida.
Llegué tarde al tema de las chicas. En realidad, sería más correcto decir que ni llegué. Me tope con la indicada a lo que podríamos calificar como una edad provecta y no ha habido ni antes, ni después, ni falta que hace. Pero me causa cierta ternura cuando mis amigos, cada vez más, hablan de sus novias de juventud o comparan lo que tuvieron con lo que tienen. Se me escapan sus reflexiones.
Llegue tarde a los idiomas y, parar ser justos, no me esforcé demasiado. Me dio miedo. Temí al fracaso. Y ahora intento casi cada día ponerle remedio. Me costó mucho quitarme la vergüenza. Me la he quitado. Pero, siendo mucho, no es suficiente. Y conozco mucha gente de mi edad y más mayor que está tomando decisiones drásticas del tipo de me voy unos meses a un país que no conozco para asentar lo que sé y aprender lo que no sé. Tal vez, en esta ocasión sí lo haga. Ya veremos.
Pero una de las cosas a las que llegué tarde y más rabia me da es la lectura. Esa es culpa sólo mía. En casa de mis padres había miles de libros. Soy incapaz de recordar un rincón de casa que no tuviese libros. Todos los días, después del pis del primer minuto, había que coger el periódico que había en la puerta. ¡Qué hermosura!. Y los fines de semana había 3 ó 4 periódicos para elegir, ¡con sus correspondientes revistas!.
Recuerdo la colección de Mortadelos, de Astérix, de Mafaldas, de Rompetechos,… Esos sí que los devoraba, como la prensa, pero el salto a los libros no me fue sencillo. Ni con los Cinco, ni con Guillermo el Travieso,… No fui capaz. Desarrollé una gran habilidad para torear las lecturas obligatorias en el colegio y en el instituto. Es el día de hoy que hay profesores y amigos (no es incompatible) que no se explican cómo pude llegar a la universidad sin haber leído El Lazarillo de Tormes, El Quijote, o Zalacaín. Con esas carencias no es de extrañar que todavía cometa faltas de ortografía. Los milagros no existen por mucho que se empeñe Frank Capra.
Pero aunque llegué tarde, he hecho un gran esfuerzo, uno de los mayores de mi vida, por arreglarlo. Y hay un puñado de personas que me han ayudado, guiado y encauzado bien. Pilar, profesora magnífica que pulsó la tecla precisa en segundo de carrera para interesarme de verdad por los libros. Jose, que sigue siendo un ejemplo a mi lado después de 20 años de amistad. Antonio, que me enseñó a cerrar cualquier libro y pasar a otro que me interesase más.
Y también algunos autores que han dejado páginas que me ha gustado mucho leer. Páginas sencillas, salidas de una mente privilegiada que recogen historias que he sido capaz de interiorizar. Para no perder la tradición que vengo volcando en estas frases, he llegado tarde a la muerte de Miguel Delibes, una de esas personas que me han ayudado. Un tipo, dicen los que le conocieron, tan sencillo como su literatura. Alguien que se merecía el respeto y el cariño de todos nosotros, el que los anónimos han sabido darle y el que algunas autoridades le han dado entre dientes y de mala manera. Ellos sabrán. Peor para ellos.
Gracias, Delibes. Y perdón por el retraso.

lunes, 8 de marzo de 2010

DE NIEVES

No seré yo quien diga que estamos teniendo un invierno de perros pero sí que en mi corta experiencia no recuerdo uno con tantas nevadas. No han sido nevadas imposibles, permanentes, de frío helador e incómodo. No. Pero sí lo suficientemente permanente como para que no se me vaya de la cabeza con facilidad.
Hace 20 años que vivo en Madrid y en este tiempo he visto unas cuantas nevadas. Los primeros años las esperaba, venía yo de zona de costa y no era habitual vivir un invierno blanco, con cierta alegría. Pero no llegaban. Luego se iban sucediendo a un ritmo de año sí, dos años no. Y resultaba entretenido. De un quinquenio para acá nieva todos los inviernos. Una nevadita (en la capital, se entiende) que hace que todos marquemos ese día en el calendario. Más por lo anecdótico que otra cosa. Además, casi todos hacemos alguna foto, como si nunca más fuese a nevar. Y tenemos una colección que ya ya.
Lo de este año está siendo diferente. Que recuerde, ha nevado media docena de veces. En alguno de los días de forma copiosa. Además, si lo normal era que nevase en torno a navidades o en febrero, este año ha nevado antes de fiestas, después de fiestas, en febrero, en marzo,… Y ya veremos si no volvemos a ver la nieve. No ha sido un invierno especialmente crudo, duro o frío. Los recuerdo peores, pero parece que es más fácil recordar la nieve que el frío.
Hablando de recordar, tanta nieve me ha traído a la memoria a un buen amigo que es fanático de los refranes, y de otras muchas cosas. Durante años trabajé con él y lo de buscar refranes para ilustrar lo que quería decir en cada momento se convirtió en una de mis tareas cuando la cosa se salía de lo más habitual. En este caso ha venido a mi cabeza un refrán muy conocido. Aquel que dice “Año de nieves, año de bienes”. Lo he utilizado ya en algunas ocasión en las últimas semanas y no puedo dejar de pensar que los estrategas políticos de Rajoy estarán deseando que en horas 24 no pase de las musas a… la realidad. De lo contrario, les joderá la estrategia para la segunda mitad de la legislatura.
No es probable que las cosas cambien porque en invierno haya nevado pero sí lo es, en mi opinión, que vamos a tener un buen verano en muchos aspectos. El turismo ajustará márgenes y la actividad será importante. Además, el agua caída traerá una excelente primavera que dejará una naturaleza reventona de esas que gusta ver casi tanto como a Charlize Theron en la pantalla. Y todo eso nos animará a todos. Además, es difícil seguir empeorando al ritmo que lo íbamos haciendo, con lo cual empezaremos todos a convencernos de que las cosas empiezan a ir menos mal.
Además, nada más terminar el verano empezaremos el maratón electoral de 18 meses que nos llevará a las generales de 2012 pasando por las catalanas de noviembre, las municipales y autonómicas de 2011 y las que vayan surgiendo por el camino. Y ya sabemos que los periodos electorales son propicios para grandes euforias y sonoros gorrazos. La realidad se maquilla, ya sea para disimular los defectos o para resaltarlos y nunca podemos estar seguros de si lo que estamos viendo es lo que creemos o lo que quieren que veamos.
Por eso, somos tantos los que disfrutamos viendo la nieve. Porque nadie le da forma pero deja un paisaje uniforme, suave, agradable. Hasta que llegamos los demás y empezamos a pisotearlo. ¡Qué le vamos a hacer!.