Me acuerdo, y no soy tan mayor, de un día que en la escuela nos hablaron de los derechos del niño. Ese año, no recuerdo cual fue, 1983, 1984, más o menos, había sido declarado el año internacional de los derechos del niño. El bombardeo con el tema era tremendo y estábamos menos acostumbrados que ahora a los mono-temas.
Evidentemente, como buen pedante, llegué a casa y empecé a pasarle por el morro a mis padres los susodichos derechos del niño. No era gratuito, trataba de ponerme en valor apelando a la ONU y a mi condición de ser especial por tener derechos reconocidos y un año para nosotros solos. ¿Quién coño se creían mis padres para tratarme a mi sin tener eso en cuenta?. Lo dicho, un repipi de mucho cuidado.
Como es lógico a mis padres les faltó tiempo para recordarme que los derechos van ligados a deberes. De lo contrario, no son tales. Ahí me dejaron planchado. Años después, me ha dado por pensar que ese puede ser uno de los motivos, uno de los momentos, en los que la infancia se ha ido de las manos a esta sociedad nuestra. El inculcar a los cerebros en formación que sólo son poseedores de derechos y que no están sometidos a deberes y obligaciones los convierte en los déspotas que son ahora. Si a todo ello le sumamos las basuras educativas que en forma de ley se han ido aplicando en este país en los últimos años, tenemos el pack completo.
No, no empiece a desconfiar, querido lector. No voy a seguir por esa vereda. Traigo esto hoy a colación por la absurda polémica que se ha desatado esta semana a propósito del debate de las enmiendas de totalidad de los presupuestos generales del estado. Ese debate en el que la pobre Elena Salgado ha salido más que esquilada, y mira que es difícil esquilar un cuerpo como el suyo.
Ella, la gestora que no se arredra, la que planta cara a quien se atreva a ponerse en una mesa a negociar, la que no fue capaz de prolongar el mandato de los hombres de su antecesor ni siquiera apelando a la transición tranquila, la que puso a todos los fumadores del país en la puta calle, la que presume de haber hecho una carrera profesional en un mundo de hombres para demostrar su valía. Ella va y se queja de machismo cuando un contrincante la da un revolcón de órdago.
Y digo yo, no será que la querida vicepresidenta quiere ser como esas damas a las que se les hincha la boca de decir que quieren igualdad en todo, que se les llena la boca de sus muchos méritos, cualidades, etc., que no se cansan de cantar sus virtudes sin dejar de ser mujeres y que luego, ante la primera dificultad, quieren ser tratadas como mujeres y no como personas?.
Señora Salgado, el ser mujer, en los tiempos que corren, es una garantía de igualdad en todos los sentidos. En todos. Aténgase a las consecuencias, por favor.
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