Esta semana ha empezado ese proceso de inmersión progresiva que los educadores progresistas se han inventado para iniciar el curso académico. Nuestros hijos, los que los tengan, van entrando en los colegios como si fuesen hábitats nocivos a los que hay que adaptarse muy poco a poco. El primer día una hora, el segundo dos, si por en medio cae un finde, mejor. Así hasta que se alcanza un ritmo que ahora se considera normal y que en mis tiempos hubiese causado risa (no quiero contarte en tiempos de mis padres) y hasta que se saca de quicio toda la calma y todos los recursos, no sólo de los padres, si no de toda la familia.
El presidente Zapatero, que además de un rato listo lleva a gala esa pose infantil a la que tanto partido saca, ha decidido hacer lo mismo para empezar el curso político. Vamos a volver al Congreso poco a poco, para que no se nos haga tan cuesta arriba. Lo curioso del caso es que el resto de los partidos le han seguido el juego. Han aceptado darle unas suaves collejitas pero sin demasiada sangre. Esos partidos que tantas ganas le tienen al presidente que más les ha engañado en las últimas décadas se han justificado, entre otras cosas, apelando a la inminente llegada de los presupuestos, gran momento del año donde los haya. No menos curioso es que muchos, casi todos los comentaristas políticos, hayan caído en la misma justificación.
Las cosas van mal. De eso no cabe duda y nadie lo niega. La escala de maldad, como en los chistes malos, va de los que piensan que va mal, pasando por los que piensan que va muy mal, para llegar a los que creen que va de puta pena. Cuestión de matices. Y cada minuto que se pierde, cada debate que no vale para nada, cada Consejo de Ministros que no toma las medidas adecuadas es un desastre para todos.
Es posible que sea correcto subir los impuestos llegados a la tesitura en la que estamos. El problema, como trata de hacernos ver la campaña del PP es el por qué hemos llegado a esta situación. El problema es, también, que se anuncia que la subida va a gravar a las rentas más altas y a las rentas del capital (para tener contentos y anestesiados a los más fieles) y, a renglón seguido, se pone toda la carga sobre impuestos indirectos, IVA y nuevas tasas (como esa ecológica propuesta por Sarkozy y que tanto gusta a nuestro Presi) que pagamos todos, sí o sí, y, normalmente, sin enterarnos o sin se muy conscientes de ello. Pobres tontos.
Esta misma semana, hablando con mi padre, me ha recordado un sucedido que viene muy a cuento. Corría la segunda mitad de los 80 y, aunque en mi casa ya teníamos todos claro el tema de los Magos de Oriente, era un momento grato para cruzar regalitos, como en todos los hogares. Pero se dio el caso de que aquel año (que no recuerdo cual era, 86, 87, quizás) no había posibilidad y mis padres se armaron de valor para decírnoslo, tal cual, a mi hermano y a mi. Creo, no lo recuerdo, que sin entenderlo bien del todo, lo aceptamos sin más. Entre otras cosas porque es bien cierto de que eramos muy conscientes de algunas de las cosas que venían pasando los últimos meses.
No pasó nada. Las Navidades fueron todo lo normales que pudieron ser. La familia siguió tan unida como siempre. Y, meses después, se fue solucionando la cosa hasta el punto de que pudimos ir teniendo esos regalos que no llegaron el 6 de enero. Yo, me acuerdo bien porque aún la tengo, logré aquella raqueta Head blanca que tanta ilusión me hacía cuando el tenis era una de mis obsesiones. Visto desde hoy, me puedo hacer una idea de lo difíciles que fueron esos meses y esos años para mis padres. Lo mal que lo pasaron cada vez que nosotros (y no eramos especialmente proclives a pedir) sugeríamos que nos gustaría otro cómic de Mortadelo o un sobre de cromos y ellos nos tenían que decir que no podía ser. Veo a mi alrededor a decenas de padres que son incapaces de decir que no a nada de lo que les piden sus hijos y me acuerdo mucho de mis padres, y lo mal que lo tuvieron que pasar.
Pero claro, Zapatero es un padre de hoy. Es muy posible que el también pasase estrecheces. Seguro. Pero no quiere, no sabe, no puede, no es capaz y no es la persona, para decirle a sus hijas y a todos nosotros, “no hay Mortaldeo, no hay cromos, no hay Reyes y no hay helado”. Que jodido es decir NO.
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