sábado, 19 de septiembre de 2009

LA IMPRUDENTE

Hablar mucho es una de las peores manifestaciones de la imprudencia (o de la prudencia cero que dirían los tontos que hablan mucho pero a los que no les gusta pronunciar determinadas palabras y prefieren inventarse otras). Callar, ser prudente, escuchar (que no oír), son virtudes cada vez más difíciles de encontrar. En vías de extinción que dirían esos mismos cursis.
Esta semana, como casi todas, hemos podido escuchar unas cuantas cosas que me han dejado patidifuso. Lo más curioso es que buena parte de ellas han salido de las meninges de una de esas personas que, normalmente, mide bien lo que dice.
El lunes no tuvo mejor ocurrencia que asegurar que el Gobierno tiene instalado, nada menos que desde 2004, un superordenador en el que se registran y se pueden escuchar todas las conversaciones telefónicas que tenemos todos los españoles.
¿?.
Tómese un segundo para pensar. Luego coja aire, vuelva a leer el párrafo anterior. Reflexione de nuevo y entonces, y sólo entonces, continúe leyendo.
Lo dijo así, sin anestesia ni nada. Y lo dijo en una entrevista en la que el sesudo preguntador no entró por esa puerta que la entrevistada acababa de abrir. Lo dejó pasar como quién oye que en Madrid ha amanecido despejado después de una semana lloviendo. Conversación de ascensor sin más pretensiones. No sólo eso, nadie, ni político, ni periodista, ni ciudadano, nadie le ha dado demasiada importancia. Qué le vamos a hacer.
Al día siguiente, martes, ella tenía uno de esos días grandes que a todos los grandes políticos se la pone dura. Pero, al revés de ocasiones anteriores, este año tenía pocas ganas (o pocas posibilidades de llamar la atención sobre sus números) y prefirió desviar la atención. Pero como es una estratega de primera lo hizo con una cuestión de calado y que a todos importa. Dijo que iba a devolver la autoridad a los profesores por ley.
¿?.
Repito. Respire hondo. Piense, Vuelva a leer. Reflexiones y sólo entonces siga.
A los profesores, como a cualquier otro profesional, se les puede elevar a la categoría de autoridad. Aún más, se les puede dotar de instrumentos para que ejerzan y para que defiendan esa autoridad. Pero lo cierto es que la situación en las aulas no va a mejorar porque los profesores sean considerados autoridad por ley.
Los profesores tienen, en su mano, hacerse con la autoridad y la mayoría abdican de esa posibilidad. Los padres, tres cuartas partes de lo mismo. Pero, lo peor de todo, es que los mismos padres impiden que los profesores ejerzan la autoridad y dan rienda suelta a que sean los alumnos los que la ejerzan. En el aula y en casa. Ese es el problema.
No soy tan mayor como para haberme levantado en clase cuando entraba el profesor. Soy de una generación puente que casi se libró de las barrabasadas de las reformas socialistas de la educación y que no tuvo que sufrir los peores rigores disciplinarios franquistas. Qué suerte la mía, aunque sólo me dé cuenta ahora, con 25 años de retraso. No soy tan mayor, decía, pero me acuerdo de cómo respetábamos nosotros a los profesores que se lo ganaban y como puteábamos a los que eran unos auténticos peleles.
Ahora soy yo quién doy clase de vez en cuando y me doy cuenta de que, salvo excepciones, cada uno tiene lo que se merece. Ni a los alumnos los suspende el profesor, suspenden ellos solitos, ni a los profesores hay que darles la autoridad por ley. O se la ganan ellos solitos o la ley será otro montón de folios inservibles.
No contenta con este arranque de semana, va la buena mujer y completa el asunto, ayer mismo, viernes, afirmando que junto con la autoridad le van a devolver a los profesores la tarima. La cordura asoma en esa afirmación porque eso sí está entre sus capacidades. Construir tarimas y colocarlas en las aulas si se puede hacer por orden administrativa (al menos en los centros públicos). Además, más de una serrería y carpintería de Madrid lo agradecerán. Y, como ha ocurrido con el Plan E, unas cuantas personas saldrán de las listas del paro, aunque sólo sea durante cuatro o cinco meses.
Punto. La ocurrencia de la tarima no vale para nada más. Crujen, con lo que eso distrae a un grupo predispuesto a distraerse. Inevitablemente se acaban, con el evidente riesgo de que, quién está arriba (el profesor) se caiga o se trastabille, o se tropiece al subir. Y no aportan nada a la autoridad, como ya he expuesto en párrafos anteriores. Lo dicho, la señora presidenta se podía haber ahorrado la ocurrencia.
Sí, como ya habrán deducido, quién todo esto ha dicho es Esperanza Aguirre. Sinceramente espero que, además de las super-orejas esas que según ella, tiene Rubalcaba, no haya también unos super-ojos que lean todas las tonterías que escribimos en internet. De lo contrario, se me va a caer el pelo… y no de la tarima, precisamente.

No hay comentarios: