Hablar mucho es una de las peores manifestaciones de la imprudencia (o de la prudencia cero que dirían los tontos que hablan mucho pero a los que no les gusta pronunciar determinadas palabras y prefieren inventarse otras). Callar, ser prudente, escuchar (que no oír), son virtudes cada vez más difíciles de encontrar. En vías de extinción que dirían esos mismos cursis.
Esta semana, como casi todas, hemos podido escuchar unas cuantas cosas que me han dejado patidifuso. Lo más curioso es que buena parte de ellas han salido de las meninges de una de esas personas que, normalmente, mide bien lo que dice.
El lunes no tuvo mejor ocurrencia que asegurar que el Gobierno tiene instalado, nada menos que desde 2004, un superordenador en el que se registran y se pueden escuchar todas las conversaciones telefónicas que tenemos todos los españoles.
¿?.
Tómese un segundo para pensar. Luego coja aire, vuelva a leer el párrafo anterior. Reflexione de nuevo y entonces, y sólo entonces, continúe leyendo.
Lo dijo así, sin anestesia ni nada. Y lo dijo en una entrevista en la que el sesudo preguntador no entró por esa puerta que la entrevistada acababa de abrir. Lo dejó pasar como quién oye que en Madrid ha amanecido despejado después de una semana lloviendo. Conversación de ascensor sin más pretensiones. No sólo eso, nadie, ni político, ni periodista, ni ciudadano, nadie le ha dado demasiada importancia. Qué le vamos a hacer.
Al día siguiente, martes, ella tenía uno de esos días grandes que a todos los grandes políticos se la pone dura. Pero, al revés de ocasiones anteriores, este año tenía pocas ganas (o pocas posibilidades de llamar la atención sobre sus números) y prefirió desviar la atención. Pero como es una estratega de primera lo hizo con una cuestión de calado y que a todos importa. Dijo que iba a devolver la autoridad a los profesores por ley.
¿?.
Repito. Respire hondo. Piense, Vuelva a leer. Reflexiones y sólo entonces siga.
A los profesores, como a cualquier otro profesional, se les puede elevar a la categoría de autoridad. Aún más, se les puede dotar de instrumentos para que ejerzan y para que defiendan esa autoridad. Pero lo cierto es que la situación en las aulas no va a mejorar porque los profesores sean considerados autoridad por ley.
Los profesores tienen, en su mano, hacerse con la autoridad y la mayoría abdican de esa posibilidad. Los padres, tres cuartas partes de lo mismo. Pero, lo peor de todo, es que los mismos padres impiden que los profesores ejerzan la autoridad y dan rienda suelta a que sean los alumnos los que la ejerzan. En el aula y en casa. Ese es el problema.
No soy tan mayor como para haberme levantado en clase cuando entraba el profesor. Soy de una generación puente que casi se libró de las barrabasadas de las reformas socialistas de la educación y que no tuvo que sufrir los peores rigores disciplinarios franquistas. Qué suerte la mía, aunque sólo me dé cuenta ahora, con 25 años de retraso. No soy tan mayor, decía, pero me acuerdo de cómo respetábamos nosotros a los profesores que se lo ganaban y como puteábamos a los que eran unos auténticos peleles.
Ahora soy yo quién doy clase de vez en cuando y me doy cuenta de que, salvo excepciones, cada uno tiene lo que se merece. Ni a los alumnos los suspende el profesor, suspenden ellos solitos, ni a los profesores hay que darles la autoridad por ley. O se la ganan ellos solitos o la ley será otro montón de folios inservibles.
No contenta con este arranque de semana, va la buena mujer y completa el asunto, ayer mismo, viernes, afirmando que junto con la autoridad le van a devolver a los profesores la tarima. La cordura asoma en esa afirmación porque eso sí está entre sus capacidades. Construir tarimas y colocarlas en las aulas si se puede hacer por orden administrativa (al menos en los centros públicos). Además, más de una serrería y carpintería de Madrid lo agradecerán. Y, como ha ocurrido con el Plan E, unas cuantas personas saldrán de las listas del paro, aunque sólo sea durante cuatro o cinco meses.
Punto. La ocurrencia de la tarima no vale para nada más. Crujen, con lo que eso distrae a un grupo predispuesto a distraerse. Inevitablemente se acaban, con el evidente riesgo de que, quién está arriba (el profesor) se caiga o se trastabille, o se tropiece al subir. Y no aportan nada a la autoridad, como ya he expuesto en párrafos anteriores. Lo dicho, la señora presidenta se podía haber ahorrado la ocurrencia.
Sí, como ya habrán deducido, quién todo esto ha dicho es Esperanza Aguirre. Sinceramente espero que, además de las super-orejas esas que según ella, tiene Rubalcaba, no haya también unos super-ojos que lean todas las tonterías que escribimos en internet. De lo contrario, se me va a caer el pelo… y no de la tarima, precisamente.
sábado, 19 de septiembre de 2009
sábado, 12 de septiembre de 2009
QUÉ JODIDO ES DECIR NO
Esta semana ha empezado ese proceso de inmersión progresiva que los educadores progresistas se han inventado para iniciar el curso académico. Nuestros hijos, los que los tengan, van entrando en los colegios como si fuesen hábitats nocivos a los que hay que adaptarse muy poco a poco. El primer día una hora, el segundo dos, si por en medio cae un finde, mejor. Así hasta que se alcanza un ritmo que ahora se considera normal y que en mis tiempos hubiese causado risa (no quiero contarte en tiempos de mis padres) y hasta que se saca de quicio toda la calma y todos los recursos, no sólo de los padres, si no de toda la familia.
El presidente Zapatero, que además de un rato listo lleva a gala esa pose infantil a la que tanto partido saca, ha decidido hacer lo mismo para empezar el curso político. Vamos a volver al Congreso poco a poco, para que no se nos haga tan cuesta arriba. Lo curioso del caso es que el resto de los partidos le han seguido el juego. Han aceptado darle unas suaves collejitas pero sin demasiada sangre. Esos partidos que tantas ganas le tienen al presidente que más les ha engañado en las últimas décadas se han justificado, entre otras cosas, apelando a la inminente llegada de los presupuestos, gran momento del año donde los haya. No menos curioso es que muchos, casi todos los comentaristas políticos, hayan caído en la misma justificación.
Las cosas van mal. De eso no cabe duda y nadie lo niega. La escala de maldad, como en los chistes malos, va de los que piensan que va mal, pasando por los que piensan que va muy mal, para llegar a los que creen que va de puta pena. Cuestión de matices. Y cada minuto que se pierde, cada debate que no vale para nada, cada Consejo de Ministros que no toma las medidas adecuadas es un desastre para todos.
Es posible que sea correcto subir los impuestos llegados a la tesitura en la que estamos. El problema, como trata de hacernos ver la campaña del PP es el por qué hemos llegado a esta situación. El problema es, también, que se anuncia que la subida va a gravar a las rentas más altas y a las rentas del capital (para tener contentos y anestesiados a los más fieles) y, a renglón seguido, se pone toda la carga sobre impuestos indirectos, IVA y nuevas tasas (como esa ecológica propuesta por Sarkozy y que tanto gusta a nuestro Presi) que pagamos todos, sí o sí, y, normalmente, sin enterarnos o sin se muy conscientes de ello. Pobres tontos.
Esta misma semana, hablando con mi padre, me ha recordado un sucedido que viene muy a cuento. Corría la segunda mitad de los 80 y, aunque en mi casa ya teníamos todos claro el tema de los Magos de Oriente, era un momento grato para cruzar regalitos, como en todos los hogares. Pero se dio el caso de que aquel año (que no recuerdo cual era, 86, 87, quizás) no había posibilidad y mis padres se armaron de valor para decírnoslo, tal cual, a mi hermano y a mi. Creo, no lo recuerdo, que sin entenderlo bien del todo, lo aceptamos sin más. Entre otras cosas porque es bien cierto de que eramos muy conscientes de algunas de las cosas que venían pasando los últimos meses.
No pasó nada. Las Navidades fueron todo lo normales que pudieron ser. La familia siguió tan unida como siempre. Y, meses después, se fue solucionando la cosa hasta el punto de que pudimos ir teniendo esos regalos que no llegaron el 6 de enero. Yo, me acuerdo bien porque aún la tengo, logré aquella raqueta Head blanca que tanta ilusión me hacía cuando el tenis era una de mis obsesiones. Visto desde hoy, me puedo hacer una idea de lo difíciles que fueron esos meses y esos años para mis padres. Lo mal que lo pasaron cada vez que nosotros (y no eramos especialmente proclives a pedir) sugeríamos que nos gustaría otro cómic de Mortadelo o un sobre de cromos y ellos nos tenían que decir que no podía ser. Veo a mi alrededor a decenas de padres que son incapaces de decir que no a nada de lo que les piden sus hijos y me acuerdo mucho de mis padres, y lo mal que lo tuvieron que pasar.
Pero claro, Zapatero es un padre de hoy. Es muy posible que el también pasase estrecheces. Seguro. Pero no quiere, no sabe, no puede, no es capaz y no es la persona, para decirle a sus hijas y a todos nosotros, “no hay Mortaldeo, no hay cromos, no hay Reyes y no hay helado”. Que jodido es decir NO.
El presidente Zapatero, que además de un rato listo lleva a gala esa pose infantil a la que tanto partido saca, ha decidido hacer lo mismo para empezar el curso político. Vamos a volver al Congreso poco a poco, para que no se nos haga tan cuesta arriba. Lo curioso del caso es que el resto de los partidos le han seguido el juego. Han aceptado darle unas suaves collejitas pero sin demasiada sangre. Esos partidos que tantas ganas le tienen al presidente que más les ha engañado en las últimas décadas se han justificado, entre otras cosas, apelando a la inminente llegada de los presupuestos, gran momento del año donde los haya. No menos curioso es que muchos, casi todos los comentaristas políticos, hayan caído en la misma justificación.
Las cosas van mal. De eso no cabe duda y nadie lo niega. La escala de maldad, como en los chistes malos, va de los que piensan que va mal, pasando por los que piensan que va muy mal, para llegar a los que creen que va de puta pena. Cuestión de matices. Y cada minuto que se pierde, cada debate que no vale para nada, cada Consejo de Ministros que no toma las medidas adecuadas es un desastre para todos.
Es posible que sea correcto subir los impuestos llegados a la tesitura en la que estamos. El problema, como trata de hacernos ver la campaña del PP es el por qué hemos llegado a esta situación. El problema es, también, que se anuncia que la subida va a gravar a las rentas más altas y a las rentas del capital (para tener contentos y anestesiados a los más fieles) y, a renglón seguido, se pone toda la carga sobre impuestos indirectos, IVA y nuevas tasas (como esa ecológica propuesta por Sarkozy y que tanto gusta a nuestro Presi) que pagamos todos, sí o sí, y, normalmente, sin enterarnos o sin se muy conscientes de ello. Pobres tontos.
Esta misma semana, hablando con mi padre, me ha recordado un sucedido que viene muy a cuento. Corría la segunda mitad de los 80 y, aunque en mi casa ya teníamos todos claro el tema de los Magos de Oriente, era un momento grato para cruzar regalitos, como en todos los hogares. Pero se dio el caso de que aquel año (que no recuerdo cual era, 86, 87, quizás) no había posibilidad y mis padres se armaron de valor para decírnoslo, tal cual, a mi hermano y a mi. Creo, no lo recuerdo, que sin entenderlo bien del todo, lo aceptamos sin más. Entre otras cosas porque es bien cierto de que eramos muy conscientes de algunas de las cosas que venían pasando los últimos meses.
No pasó nada. Las Navidades fueron todo lo normales que pudieron ser. La familia siguió tan unida como siempre. Y, meses después, se fue solucionando la cosa hasta el punto de que pudimos ir teniendo esos regalos que no llegaron el 6 de enero. Yo, me acuerdo bien porque aún la tengo, logré aquella raqueta Head blanca que tanta ilusión me hacía cuando el tenis era una de mis obsesiones. Visto desde hoy, me puedo hacer una idea de lo difíciles que fueron esos meses y esos años para mis padres. Lo mal que lo pasaron cada vez que nosotros (y no eramos especialmente proclives a pedir) sugeríamos que nos gustaría otro cómic de Mortadelo o un sobre de cromos y ellos nos tenían que decir que no podía ser. Veo a mi alrededor a decenas de padres que son incapaces de decir que no a nada de lo que les piden sus hijos y me acuerdo mucho de mis padres, y lo mal que lo tuvieron que pasar.
Pero claro, Zapatero es un padre de hoy. Es muy posible que el también pasase estrecheces. Seguro. Pero no quiere, no sabe, no puede, no es capaz y no es la persona, para decirle a sus hijas y a todos nosotros, “no hay Mortaldeo, no hay cromos, no hay Reyes y no hay helado”. Que jodido es decir NO.
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