lunes, 6 de julio de 2009

UN BANQUILLO

Hay una tierra, tan cercana como próxima cuyo presidente, hasta hace sólo unas semanas, era un tío mal encarado. Eso sería lo de menos, lo de más es que, además, era un tío estaba obsesionado con bordear la ley y con convertirse en el moisés de su pueblo. Aquel individuo, hoy afortunadamente desaparecido del mapa, dicho sea de modo metafórico, aquel individuo, digo, hace seis meses se vio obligado a sentarse en el banquillo.
Él, que se había sentado a charlar con todos, incluidos los asesinos, y no por obligación, como le gustaba decir, sino por puro convencimiento, él no se sentía cómodo en esa silla que le habilitó la justicia. Es curioso, pero siempre que oigo la palabra banquillo pienso en un objeto más bien incómodo, poco dado al lujo y en nada favorecedor de los necesarios procesos mentales de los humanos.
En el caso de este ex presidente, no había peligro. Por cómodo que hubiese sido el banquillo no hubiese favorecido la reflexión del personaje. Cosa de la presencia o ausencia de neuronas. De donde no hay, no se puede sacar. Si hubiese podido pensar, tal vez se hubiese dado cuenta de que cuando un cargo público se sienta (le sientan, para ser exactos) en un banquillo, no puede seguir siendo cargo público.
Da lo mismo que le condenen o que le absuelvan. Da lo mismo que la acusación sea saltarse un semáforo o haber matado a mil personas. La condena será diferente pero él, o ella, no puede seguir llamándose cargo público. En el caso de este individuo que nos ocupa, obviamente, se resistió hasta el final. No dimitió, faltaría más. Y, al final, cuando fue archivado el caso sin ni siquiera celebrarse la vista oral, apeló a todas esas circunstancias para defenderse y defender su decisión de no dimitir.
Error, grave error. Un cargo público y, mucho más, un cargo electo, no puede defenderse a base de declararse inocente. Cuando la justicia te lleva al banquillo sólo cabe esperar a la celebración del juicio y el veredicto final. No es de recibo esperar a ser condenado y que la Guardia Civil vaya a buscarte a tu despacho para esposarte y llevarte al trullo.
Entre otras muchas cosas, porque la política no es un trabajo ni una profesión. Es un servicio, o al menos eso dicen ellos. Los políticos (las personas, se entiende) no son lo importante. Lo importante es el proyecto. Y, antes que nada, están los ciudadanos.
¿O no?

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