martes, 4 de agosto de 2009

CALLÉMONOS

"Sí, claro que creo en la justicia. Lo cual no quiere decir que crea en la actuación de todas y cada una de las personas (jueces, abogados y demás) que forman la administración de justicia". Lo ha dicho Ángel Luna, portavoz socialista en las Cortes Valencianas.
Antes de ponerse a alabar o criticar el comentario sin más, poniendo más atención en quién ha dicho qué, que en qué es lo que ha dicho quién quiera que sea el que lo haya dicho, párense un momento a pensar. En el fondo, todos y cada uno de los españoles pensamos un poco eso. Si la justicia dice lo que nosotros queremos que diga, lo alabamos, lo acatamos, lo respetamos y nos mostramos ufanos de todo ello. Si, por el contrario, dice lo contrario de lo que nosotros queremos que diga, aseguramos que lo acatamos, como no podía ser de otra manera pero que discrepamos, y que vamos a recurrir y que, si llegado el caso, tampoco en la instancia superior se nos da la razón, pues habremos agotado la vía judicial, pero seguimos estando en desacuerdo.
Estos días, se ha confirmado uno de esos casos lamentables que se dan en todos los sistemas judiciales, sean del tipo que sean y apliquen la doctrina que apliquen y se produzcan en el país que se produzcan. Un señor, de nombre Rafael Ricardi, acaba de ver como el Tribunal Supremo anulaba una sentencia por violación que le tuvo en la cárcel durante 13 años. Se lo imaginan. Este pobre hombre es un don nadie. Un tipo que en el momento de ser detenido estaba enganchado a la droga y vivía debajo de un puente.
Ahora, ya en libertad, sigue siendo un don nadie. Malvive en Cádiz y su caso apenas ha levantado polvareda. De hecho, él casi ni se entera. Nadie, salvo los carroñeros medios de comunicación, se ha puesto en contacto con él. No está claro si le corresponde una indemnización ni cuál sería la cuantía. No lo sé, no tengo ningún dato al respecto, pero seguro que él se cansó de decir que era inocente. Cuando conoció la sentencia seguro que dijo que no estaba de acuerdo, que le parecía injusta y que la iba a recurrir. Seguro que todos los que entonces le oyeron decir eso pensaron, ya estamos como siempre. Pero al final, se ha demostrado que él tenía razón.
Si admitimos que esos hechos son así, tenemos que admitir que en algunos otros casos, la justicia no sólo se equivoca, sino que nunca sabremos que se ha equivocado. Sin embargo, vivimos en sociedad, entre otras cosas, para poner en manos de unas personas la administración de justicia. Y si se equivocan, y lo hacen de mala fe, ellos mismos se verán atrapados en la rueda de la justicia. Pero si se equivocan, simplemente porque todos nos equivocamos, o porque no disponen de todos los elementos de juicio posibles, no podemos estar cuestionándoles permanentemente. Unos u otros. Ese comportamiento sólo nos hace un poco más débiles a todos. Sólo que no nos damos cuenta.
Así de torpes somos. Si desconfiamos de una persona en concreto, sea una enfermera, un albañil, un juez, una costurera, un policía o un político, busquemos las pruebas de su mal comportamiento para que la justicia juegue su papel. Pero si lo único que no nos gusta es que no siempre tenemos razón, entonces, lo mejor que podemos hacer es callarnos.